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miércoles, 19 de marzo de 2014

Via Crucis, viernes 4 de abril

"Toma tu Cruz y sígueme"

La Vera Cruz celebrará un VIA CRUCIS el próximo 4 de abril, viernes de la IV semana de Cuaresma. 

Este piadoso acto de culto, oración y recogimiento, tendrá lugar por el interior de las naves de nuestra Parroquia de San Eutropio y comenzará a la finalización de la misa.

Una vez concluido el rezo del Via Crucis, se compartirá un ágape fraterno en el salón parroquial.

domingo, 9 de marzo de 2014

Meditación sobre las Tentaciones del diablo a Jesús

Breve y muy buena reflexión del sacerdote Santiago González sobre el Evangelio del primer domingo de Cuaresma, de las tentaciones del diablo a Jesucristo, y cómo el diablo nos tienta hoy en día.

Meditación sobre las Tentaciones del diablo a Jesús

Al iniciarse la Cuaresma nos encontramos en la Santa Misa dominical con el Evangelio de las Tentaciones del diablo a Jesús. Y para que nos sea de provecho espiritual, y no solo de exégesis bíblica, podríamos hacer un paralelismo de las tres tentaciones que Satanás propone a Nuestro Redentor, con las tres grandes tentaciones que recibimos HOY los cristianos desde el materialismo pagano y el modernismo teológico. Veamos cada una de forma meditada:

1: El diablo propone a Jesús que para saciar su hambre convierta piedras en pan. Esta es la tentación del voluntarismo. Es decir: que secularicemos totalmente la fe, que convirtamos la Iglesia en una ONG de fachada religiosa pero de contenido solo social, que basemos nuestra vida cristiana en la acción por la propia voluntad. O sea: eliminar la FE de nuestra vida y llegar a creer que todo lo hacemos por nuestras cualidades. Esta tentación lleva al cristiano (que cae en ella) a despreciar la oración, los sacramentos, la catequesis….y a cifrarlo todo en la actividad que se evalúa por los resultados visibles. Esta tentación hace creer que el cristiano es salvador de si mismo, y convierte a Cristo en un mero referente histórico.

2: El diablo propone a Jesús que se lance por un barranco sin miedo alguno, ya que los ángeles le protegerán. Esta es la tentación inversa a la anterior: es la tentación del “espiritualismo”. Es decir: que desencarnemos la fe de tal modo convirtiendo la Iglesia en una especie de “magia carismática” donde todo está hecho por el Espíritu Santo y el cristiano solo precisa creer y dejar que Dios lo arregle todo. Es la tentación de “meterse a Dios en el bolsillo”……del “haga lo que haga estoy salvado porque Dios es bueno y misericordioso”…..¿A que les suena esto?……….es la tentación de base protestante y muy inoculada en posturas pietistas de la cristiandad. Esta tentación anula todo esfuerzo moral del cristiano y droga la conciencia en el peor de los engaños.

3: El diablo propone a Jesús que lo adore a cambio de poder temporal. Esta es la tentación más visible de la cultura posmoderna: la idolatría, es decir: sustituir a Dios en nuestro corazón por los afanes materiales y superficiales que dan gusto a los sentidos y embotan de soberbia el corazón. El cristiano aparca a Dios como mero apéndice “emotivo” y adora a ídolos pasajeros: el dinero, el sexo, el poder, la fama, la imagen, el YO mismo……; esta última tentación otorga al corazón una felicidad efímera y lo endurece gradualmente hasta dejarlo vacío de sensibilidad espiritual.

Hagamos al inicio de la cuaresma un examen hondo de conciencia: ¿cómo respondo yo a cada una de esas tentaciones?…y tratemos de caminar contra las mismas de manera que:

- Sea consciente de la necesidad de la oración y la vida sacramental (confesión y eucaristía sobre todo) como sostén de todos los ámbitos de la vida humana

- Asumir nuestra tarea de ser “instrumentos” en manos de Dios que no pueden ser pasivos sino activos, sabiendo que Dios nos regala la salvación pero nosotros hemos de aceptarla con nuestras obras y no solo con la fe, y que podemos perderla para siempre si nos alejamos de Dios

- Tener a Dios en nuestro corazón y, desde Él, sentirnos administradores, y no dueños, de los bienes materiales que nunca han de sustituir a Dios en nuestra alma

Comencemos este tiempo de Cuaresma con verdadero espíritu de conversión, haciendo un sincero examen de conciencia.




La Cuaresma, tiempo de ayuno y solidaridad

Carta pastoral de nuestro querido Arzobispo, don Juan José Asenjo, en el inicio de la Cuaresma.

LA CUARESMA, TIEMPO DE AYUNO Y SOLIDARIDAD

Domingo, 09 de marzo de 2014

Queridos hermanos y hermanas: El pasado miércoles, con la bendición de la ceniza, comenzábamos el tiempo santo de Cuaresma, tiempo de gracia y salvación, en el que todos estamos invitados a convertirnos por el camino de las prácticas penitenciales, el silencio y el desierto, la oración más intensa, la limosna y el ayuno, del que el mejor paradigma y modelo es el Señor, que ayuna en el desierto durante cuarenta días y cuarenta noches (Mat 4,2).

Hemos de reconocer que el ayuno como práctica penitencial no está hoy en su mejor momento. Por ello, dedico esta carta semanal a reflexionar sobre el valor cristiano del ayuno y comienzo preguntándome qué sentido tiene para nosotros los cristianos privarnos de algo que en sí mismo es bueno para nuestro sustento. La Sagrada Escritura y la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y un medio para recuperar la amistad con el Señor. Por ello, la Palabra de Dios nos invita muchas veces a ayunar. Jesús nos da ejemplo ayunando en el desierto y rechazando el alimento ofrecido por el diablo. La práctica del ayuno está también muy presente en la primera comunidad cristiana y los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del "viejo Adán" y abrir en nuestro corazón el camino hacia Dios.

En nuestros días, la práctica del ayuno ha perdido relevancia desde la perspectiva ascética y espiritual. En muchos ambientes cristianos ha llegado incluso a desaparecer, incluso el ayuno y la abstinencia prescritos por la Iglesia en Cuaresma. Al mismo tiempo, ha ido acreditándose como una medida terapéutica conveniente para el cuidado del propio cuerpo y como fuente de salud. Siendo esto cierto a juicio de los expertos, para nosotros los cristianos el ayuno es una "terapia" para curar todo lo que nos impide conformarnos con la voluntad de Dios. El ayuno nos ayuda  a no vivir para nosotros mismos, sino para Aquél que nos amó y se entregó por nosotros y a vivir también para nuestros hermanos.

La Cuaresma que hemos iniciado hace cuatro días nos depara la oportunidad de recuperar el auténtico significado de esta antigua práctica penitencial, que nos ayuda a mortificar nuestro egoísmo, a romper con los apegos que nos separan de Dios, a controlar nuestros apetitos desordenados y a ser más receptivos a la gracia de Dios. El ayuno contribuye a afianzar nuestra conversión al Señor y a nuestros hermanos, a entregarnos totalmente a Dios y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio.  El ayuno nos ayuda además a crecer en intimidad con el Señor. Así lo reconoce San Agustín en su pequeño tratado sobre “La utilidad del ayuno” cuando afirma: "Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura". La privación voluntaria del alimento material nos dispone interiormente para escuchar a Cristo y alimentarnos de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración más constante y dilatada en estos días de Cuaresma, el Señor sacia cumplidamente los anhelos más profundos del corazón humano, el hambre y la sed de Dios.

La práctica voluntaria del ayuno nos permite también caer en la cuenta de la tristísima situación en que viven muchos hermanos nuestros, casi un tercio de la humanidad, que se ven forzados a ayunar como consecuencia de la injusta distribución de los bienes de la tierra y de la insolidaridad de los países desarrollados. Desde la experiencia ascética del ayuno, y por amor a Dios, hemos de inclinarnos como el Buen Samaritano sobre los hermanos que padecen hambre, para compartir con ellos nuestros bienes. Y no sólo aquellos que nos sobran, sino también aquellos que estimamos necesarios, porque si el amor no nos duele es un amor engañoso. Con ello demostraremos que nuestros hermanos necesitados no nos son extraños, sino alguien que nos pertenece.

En la antigüedad cristiana se daba a los pobres el producto del ayuno. En la coyuntura social que estamos viviendo como consecuencia de la crisis económica, hemos de redescubrir y promover esta práctica penitencial de la primitiva Iglesia. Por ello, pido a las comunidades cristianas de la Diócesis, a los sacerdotes, consagrados, diáconos, seminaristas y laicos que, junto a las prácticas cuaresmales tradicionales, la oración, la escucha de la palabra de Dios, la mortificación y la limosna, intensifiquen el ayuno personal y comunitario, destinando a los pobres, a través de nuestra Caritas, aquellas cantidades que gracias al ayuno se puedan recoger.

Que la Santísima Virgen sostenga a toda la comunidad diocesana en el empeño de liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado, nos aliente en nuestra conversión al Señor y nos conceda una Cuaresma fructuosa y santa.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


miércoles, 20 de febrero de 2013

Via Crucis cuaresmal

"Toma tu Cruz y sígueme"

El grupo de formación de la Vera Cruz celebrará el próximo viernes 15 de marzo un piadoso acto de culto, con el siguiente orden: misa de 19:30h, presidida por nuestro querido párroco, don Francisco,  y a su término se rezará un Via+Crucis en el interior del parroquia.

LAUS DEO


Una vez finalizado el rezo del Via Crucis, compartiremos un ágape fraterno en el salón parroquial.



lunes, 26 de marzo de 2012

Enhorabuena, Pregonero

El Pregonero con sus tres hermanas
tras finalizar el pregón
Con gran emoción recibió ayer el pueblo de Paradas el sentido pregón de la Semana Santa a cargo de D. José González Reina, quien con un pregón muy emotivo supo transmitir sus recuerdos de la Semana Santa de Paradas. 

Con un cargado hilo argumental de profundo sentido religioso, el pregonero dedicó sentidas palabras a la hermandad de la Vera Cruz, con la que realizó estación de penitencia en los años sesenta junto con la de Jesús Nazareno y la de la Virgen de los Dolores, imagen mariana de su más profunda devoción.

Asimismo animó al grupo de formación de la Vera Cruz en su empeño por recuperar esta devoción secular en la villa de Paradas.

Como no podía se de otra forma, desde este espacio transmitimos a Pepe de nuevo nuestra más sincera felicitación por su gran pregón, con la satisfacción de haber comprobado cómo sus oraciones, acompañadas de las de sus familiares y amigos y a las que desde aquí nos unimos cuando supimos de su nombramiento, han dado buen fruto, habiendo encontrado Pepe en Nuestro Señor Jesucristo y en su Santísima Madre la fortaleza e inspiración necesarias para haber sabido transmitir tan hermosos momentos de emoción a todos los paradeños.

¡Enhorabuena, Pepe! ¡Enhorabuena, pregonero!

martes, 13 de marzo de 2012

Formación y almuerzo de convivencia

El sábado 17 de marzo, se celebrará reunión del grupo de formación de la Vera Cruz a las 13 horas, en el salón parroquial. En esta ocasión, nos acompañará D. Juan Ramón Baeza, Hermano Mayor de Archicofradía del Señor de la Santa Vera Cruz de Marchena.

Posteriormente, celebraremos un almuerzo de convivencia en el patio de la Parroquia, que en estos últimos días ha sido adecentado, al igual que el año pasado, por varios miembros del grupo de formación.

Tras la reunión y antes del almuerzo, tendremos una oración ante la imagen del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, en la que, siguiendo la petición de nuestro Arzobispo, pediremos también a Dios por la tan necesitada lluvia, con más motivo aún en nuestro pueblo, rememorando otros años en los que las gentes del pueblo sacaban al Cristo de la Vera Cruz por las calles de Paradas rogando por la lluvia en épocas de escasez.


martes, 21 de febrero de 2012

Mensaje para la Cuaresma de Benedicto XVI

"Fijémenos los unos en los otros para estímulo de la Caridad y las buenas obras" (Hb 10, 24) ha sido el título elegido por el Santo Padre Benedicto XVI para su mensaje  con motivo de la  recién entrada Cuaresma de 2012.

Puedes leerlo pulsando en este enlace.


domingo, 19 de febrero de 2012

Una nueva Cuaresma

Con la inminente llegada del Miércoles de Ceniza y su llamada a la oración, a la limosna y al ayuno, comienza una nueva Cuaresma que nos convoca a la conversión. Con tal motivo nuestro querido Arzobispo ha publicado la siguiente carta pastoral.

Queridos hermanos y hermanas:


Con la bendición e imposición de la ceniza comenzaremos el próximo miércoles el tiempo santo de Cuaresma, que nos prepara para celebrar el Misterio Pascual, la epopeya de nuestra Redención, misterio de amor y don de gracia inconmensurable, fruto de la amorosa iniciativa por la que Dios Padre envía a su Hijo al mundo para nuestra salvación. En el Misterio Pascual, Dios se inclina con benevolencia sobre nosotros para redimirnos y para hacernos, por medio del Espíritu, partícipes de su misma vida e introducirnos en su intimidad, haciéndonos miembros de su familia.

Los textos litúrgicos del Miércoles de Ceniza son un prólogo magnífico al tiempo santo que vamos a comenzar. En ellos, todos somos invitados a la conversión, que no es otra cosa que el cambio de mente, la vuelta de toda la persona, del hombre entero, a Dios. En la oración colecta con que iniciáremos la Eucaristía pediremos a Dios que nos "fortalezca con su auxilio para mantenernos en espíritu de conversión", mientras que el mismo Señor nos dirá por boca del profeta Joel: "convertíos a mí de todo corazón... rasgad los corazones, no las vestiduras". Efectivamente, nuestra conversión debe comenzar por el corazón.

No se trata de un cambio en el atuendo o de una transformación superficial o cosmética, sino de un cambio en profundidad de nuestros criterios y actitudes, abandonando nuestras cobardías, nuestra tibieza, nuestra somnolencia, nuestras pequeñas o grandes infidelidades, nuestra resistencia sorda a la gracia de Dios, nuestra instalación en una dorada mediocridad o en el aburguesamiento espiritual.

Para realizar esta tarea, que constituye el corazón de la Cuaresma, es imprescindible el desierto, la soledad y el silencio, para entrar con valentía en el hondón de nuestra alma, para conocer con humildad y verdad nuestra situación interior. La soledad y el silencio son, pues, actitudes básicas en estas semanas que nos preparan para vivir el Misterio Pascual. Actitud fundamental es también la oración y la escucha de la Palabra de Dios. En la oración reconocemos nuestras miserias, nos encomendamos a la piedad del Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, y le pedimos un corazón nuevo, que nos renueve por dentro con espíritu firme, que nos conceda experimentar la alegría de su salvación, que nos afiance con espíritu generoso en la amistad e intimidad con Él. La oración intensa, prolongada, humilde y confiada en el tiempo de Cuaresma y siempre, tonifica, refresca y rejuvenece nuestra vida y nos ayuda a ahondar en el espíritu de conversión.

Junto al desierto y la oración, los otros caminos de la Cuaresma son la limosna discreta y silenciosa, sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto, y que sale al paso del hermano pobre y necesitado. A la limosna hemos de unir la renovaciónde nuestra fraternidad. Desde la antigüedad la Cuaresma reclamaba el perdón de los enemigos y la reconciliación con quien hemos ofendido o de quien hemos recibido una ofensa.

El tiempo de Cuaresma es además un tiempo muy propicio para practicar las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. A nuestro alrededor hay mucho sufrimiento y dolor como consecuencia de la crisis económica.

Compartir nuestros bienes con los necesitados, visitar a los enfermos o a los encarcelados, romper la soledad de los ancianos que viven solos, compartiendo con ellos nuestro tiempo, nuestra alegría y nuestro afecto, son ejercicios propios de la Cuaresma que vamos a comenzar. En los enfermos, ancianos y privados de libertad nos espera el Señor, que se identifica especialmente con los más pobres de nuestros hermanos; y nadie es más pobre que aquel a quien le faltan las fuerzas y que en todo depende de los demás.

Actitud de Cuaresma es también el ayuno, que prepara el espíritu y lo hace más dócil y receptivo a la gracia de Dios; la mortificación voluntaria que nos une a la Pasión de Cristo; y la aceptación de las dificultades y los sufrimientos que la vida de cada día, la convivencia y nuestras propias limitaciones físicas o psicológicas nos deparan y que hemos de ofrecer al Señor como sacrificio de alabanza y como reparación por nuestros propios pecados y los pecados del mundo.

La liturgia del Miércoles de Ceniza nos va a invitar a convertirnos y a creer en el Evangelio. Con San Pablo, yo os invito, queridos hermanos y hermanas, a dejaros reconciliar con Dios, que está siempre dispuesto, como en el caso del hijo pródigo, a acogernos, a recibirnos, a abrazarnos y a restaurar en nosotros la condición filial. Tomaos muy en serio el tiempo de gracia y salvación que vamos a comenzar. No echéis en saco roto la gracia de Dios, que va a derramarse a raudales en esta nueva Pascua, en este nuevo paso del Señor junto a nosotros para el que nos prepara la Cuaresma.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Santa y fecunda Cuaresma para todos.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

Fuente: Archisevilla Digital, nº 4




lunes, 9 de enero de 2012

Pregonero 2012

Foto: Boletín Nazareno 11
 
José González Reina pregonará la Semana Santa de Paradas tras haber sido designado por el Consejo Local de Hermandades y Cofradías de Paradas.
 
Exaltador de la Saeta en 2010, son de sobra conocidos su amor por Paradas y por su Semana Santa y su especial devoción a la Santísima Virgen de los Dolores, imagen y advocación tan históricamente relacionada con la Primitiva Hermandad de la Vera Cruz.
 
Desde el Foro Cristo de la Vera Cruz felicitamos sinceramente a Pepe por su designación, e invitamos a los lectores a elevar preces a Nuestro Señor Jesucristo para que le guíe en ese cometido que le ha sido confiado. Que su sangre preciosa derramada sobre la Vera Cruz sea bálsamo en los momentos de dificultad que encuentre y fortaleza de su voluntad para que pregone a todo el pueblo de Paradas la Pasión, Muerte y Resurrección de aquél que murió en la Cruz para salvarnos y redimirnos del pecado, dándonos ejemplo de vida.

 

lunes, 11 de abril de 2011

¡Enhorabuena, Pablo! ¡Enhorabuena, Pregonero!

En la mañana de ayer, Domingo de Pasión, Pablo Parrilla González pregonó la Semana Santa de Paradas en una Parroquia de San Eutropio completamente llena y que se volcó con el pregonero, interrumpido en aplausos en numerosas ocasiones.

Pablo Parrilla comenzó su Pregón con un canto a Paradas y con el recuerdo de vivencias de su más tierna infancia, continuando  el pregón tomando como hilo argumental la Pasión de Cristo, desde la procesión de palmas del Domingo de Ramos desde San Albino, hasta la Resurrección, pasando por los días grandes de Jueves y Viernes Santo y arrancando aplausos con las bellas y sentidas palabras que dedicó a todas y cada una de las imágenes de la pasión que tenemos en Paradas: Nuestro Padre Jesús Cautivo, Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Santísimo Cristo de la Vera Cruz y el Santísimo Cristo de la Misericordia en su Traslado al Sepulcro, dedicando hermosas palabras, como no podía ser menos en alguien con arraigado amor a quien es Madre de Dios y madre nuestra, en sus advocaciones de Nuestra Señora del Mayor Dolor, Santísima Virgen de los Dolores y María Santísima de la Amargura.

Especialmente emotivas fueron las palabras dedicadas tanto al inicio como al final de su pregón a la Santísima Virgen de los Dolores, a cuya Hermandad ha estado vinculada su familia desde generaciones atrás (como nos dijo, su abuela no se llamaba Dolores por casualidad).

Hermosas fueron también las palabras dedicadas a la Hermandad de la Vera Cruz, hablándonos de esas cruces que flanquean Paradas por los cuatro costados para clamar que somos un pueblo cristiano; de la Cruz del Porche inaugurada un 3 de mayo, fiesta de la exaltación de la Santa Cruz; de la Hermandad de la Vera Cruz en procesión hasta los años sesenta y de las oraciones que recibe el Stmo. Cristo en la parroquia.

Un pregón desde la humildad y la sinceridad, lleno de sentimiento cristiano, en el que Pablo Parrilla se entregó a Paradas. Como muestra, el interminable aplauso con el que fue ovacionado al concluir su pregón.

¡Enhorabuena, Pablo! ¡Enhorabuena, Pregonero!

sábado, 2 de abril de 2011

Amar y servir a los pobres

Reproducimos a continuación la reciente carta pastoral de nuestro Arzobispo don Juan José, en la que hace un llamamiento a la responsabilidad de los católicos ante la crisis.

AMAR Y SERVIR A LOS POBRES, Carta del 27-03-11.
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
En la Asamblea Plenaria de otoño de 2009, los Obispos españoles aprobamos una declaración sobre la crisis económica y sus raíces morales, que en absoluto ha perdido actualidad. En el ecuador de esta Cuaresma, en la que a todos se nos pide la renovación de nuestra fraternidad, puede ser útil volver a ella para invitaros a adoptar actitudes de cercanía eficaz a tantos hermanos nuestros que sufren agudamente las consecuencias de la crisis. Los Obispos iniciábamos el documento animando a las comunidades cristianas y a todos los hombres de buena voluntad a discernir el momento presente y a comprometerse con generosa solidaridad. En la introducción del texto se afirma que “la crisis económica que vivimos tiene que ser abordada, principalmente, desde sus causas y víctimas, y desde un juicio moral que nos permita encontrar el camino adecuado para su solución”.

El documento estudia las causas de la crisis y afirma que la razón última es el desvanecimiento de los valores morales, la falta de honradez, la codicia de muchos y la carencia de control de las estructuras financieras, fruto de la globalización de la economía. Las primeras víctimas son las familias, sobre todo las numerosas, los jóvenes, los pequeños y medianos empresarios, los agricultores y ganaderos, que viven en una angustiosa situación económica, y los emigrantes, que en los años pasados han contribuido a nuestro bienestar y a los que ahora no podemos abandonar. El documento denuncia la escasa protección social de la familia y las políticas antinatalistas, cuyas consecuencias sufrirán especialmente las futuras generaciones.

En la segunda parte, se afirma que no hay verdadero desarrollo sin Dios, que es el garante del verdadero desarrollo, que debe alcanzar a todo el hombre y a todos los hombres. Sugiere después que no puede haber auténtico desarrollo sino desde la plataforma de unas profundas convicciones religiosas y desde la luz de la fe, pues de lo contrario el mundo de la economía se regiría por la ley de la selva. Por ello, afirma citando la encíclica Caritas in veritate, que el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y políticos que vivan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común.
 
En su tercera parte, la declaración nos compromete a implicarnos en el servicio a las víctimas de la crisis. El sufrimiento de nuestros hermanos debe tocar nuestro corazón de creyentes e impulsarnos a dar una respuesta inmediata a tanto dolor, poniéndonos de su parte y en su lugar, bajándonos de nuestra cabalgadura como el Buen Samaritano para curar sus heridas y compartir con ellos nuestros bienes. Aquellos cristianos que tienen responsabilidades en la vida política o económica están obligados a impulsar un nuevo dinamismo laboral que nos comprometa a todos a favor de un trabajo digno, que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer. En concreto, se pide un trato humano y solidario con los emigrantes, cuyos derechos no se pueden recortar, pues afectan decisivamente a su dignidad como personas.

El texto concluye con una llamada a las comunidades cristianas y todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar para superar la crisis, conscientes de que no habrá cambios sociales significativos y duraderos sin una verdadera conversión del corazón, a la que la Cuaresma nos invita con las palabras terminantes de los profetas. “Rasgad los corazones, no las vestiduras –nos decía el profeta Joel el Miércoles de Ceniza-: convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad”.
 
Sólo hombres convertidos, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, serán capaces de impulsar los cambios sociales necesarios para que el auténtico bienestar llegue a todos los hombres. La Iglesia tiene en este sentido un vademecum precioso, su Doctrina Social, que nos orienta a la hora de impulsar un verdadero desarrollo integral, que requiere una renovación ética de la vida social y económica, un compromiso renovado de servicio a los pobres y una apuesta decidida en la lucha contra la pobreza como exigencia de la caridad. Así lo están haciendo ejemplarmente nuestras Caritas, Manos Unidas, las parroquias, los religiosos y las Hermandades y Cofradías, como expresión de la dimensión samaritana de la Iglesia. Junto a estas instituciones, y apoyándolas como se merecen, todos nosotros debemos ser conscientes en esta hora de la urgencia de comprometernos, adoptando estilos de vida más austeros y haciendo un esfuerzo supremo, heroico si fuera necesario, para salir al paso de esta verdadera emergencia social que hiere a tantos hermanos nuestros. No olvidemos que, como escribiera San Juan de la Cruz, “en la noche de la vida nos juzgarán del amor”.
 
Concluyo deseándoos una santa y fructuosa Cuaresma, vivida cerca de los pobres, que es tanto como decir, vivida muy cerca del Señor, pues es a Él a quien servimos cuando socorremos a los necesitados.
 
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
 
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

domingo, 6 de marzo de 2011

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2011


Ante la inminente llegada de la Cuaresma, reproducimos a continuación el Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2011.

«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).

1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.

El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.

El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.

El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.

La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.

El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».

Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.

El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.

3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).

En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.

En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.

En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.

Vaticano, 4 de noviembre de 2010
BENEDICTUS PP. XVI

Fuente: www.vatican.va



viernes, 5 de marzo de 2010

En el ecuador de la Cuaresma. Carta de Mons. Asenjo Pelegrina.




Nuestro Arzobispo D. Juan José nos ofrece de nuevo una interesante carta pastoral en el ecuador de la Cuaresma.


Queridos hermanos y hermanas:

Hemos llegado al corazón de la Cuaresma, tiempo especialmente fuerte del año litúrgico que nos prepara para celebrar el Misterio Pascual, misterio de amor y don de gracia inconmensurable, fruto de la amorosa iniciativa por la que Dios Padre envía a su Hijo al mundo para nuestra salvación. En el Misterio Pascual, Dios se inclina con benevolencia sobre nosotros para redimirnos y para hacernos, por medio del Espíritu, partícipes de su misma vida e introducirnos en su intimidad, haciéndonos miembros de su familia. El camino cuaresmal nos conduce hacia la Pascua, la noche más santa del año, en la que Cristo resucitado sale victorioso del sepulcro y en la que nosotros renovamos las promesas bautismales.

Pero, como nos sugieren la liturgia de estos días de Cuaresma, para llegar a la Pascua hay que pasar por el desierto. Así fue en la vida de Jesús. Antes de comenzar su ministerio público, fue llevado por el Espíritu al desierto, donde oró y ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches. Y así debe ocurrir también en la vida de quienes, como seguidores y discípulos, queremos vivir su misma vida. El desierto es en sí mismo un lugar árido, seco, vacío, duro y áspero para quien en él se adentra, pero la Biblia lo describe también como un espacio de gracia y salvación, un lugar de silencio y meditación, de escucha de Dios que nos habla al corazón, de reencuentro con nosotros mismos y con Él, y en consecuencia, de conversión y plenitud.

Todos, de una forma u otra, tenemos la experiencia del desierto interior, el desierto en el que nos introduce la tibieza, la superficialidad, la dureza de corazón y la resistencia sorda a la gracia de Dios, que nos conducen a la aridez y al vacío espiritual. Pero, como acabo de decir, hay otro desierto, incomparablemente más rico y fecundo, en el que en medio del silencio es posible constatar nuestras miserias y cuán lejos estamos del plan que Dios ha diseñando singularmente para nuestra felicidad. En la soledad sonora del desierto es posible escuchar la voz potente del Espíritu, que nos invita a convertirnos, a volver sobre nuestros pasos errados, a cambiar de criterios y de conducta, pidiendo al Señor una conciencia pura.

El Miércoles de Ceniza la liturgia nos sugería tres armas para triunfar en el combate interior que hemos de librar en esta Cuaresma para lograr nuestra reforma interior y la vuelta a Dios: la oración, el ayuno y la limosna. Con estas armas saldremos de la aridez espiritual y de la vida frívola y sin norte. Con ellas se fortalecerá nuestra fe, crecerá nuestra esperanza y renovaremos nuestra caridad hacia Dios y nuestros hermanos. De este modo, renacerá en nosotros la alegría pascual y el entusiasmo en el seguimiento del Señor. Sólo así, nuestro desierto se convertirá en tierra fecunda que produce frutos de gracia y de santidad.

Hemos llegado al ecuador de la Cuaresma. Aprovechemos en los días que restan hasta la Semana Mayor todos los medios que nos ofrece la Iglesia para ahondar en nuestra conversión: las conferencias cuaresmales, los triduos y quinarios, en los que se nos exhortará a reordenar nuestra vida. No olvidemos el ejercicio del Vía Crucis, devoción eminentemente cordobesa, que tanto bien ha hecho a muchas almas. Ojalá que encontremos la oportunidad de practicar unos buenos Ejercicios Espirituales, siquiera sea en un fin de semana, práctica ascética que no ha perdido actualidad y que tanto bien nos hace. Todos, sacerdotes, consagrados y laicos, necesitamos retirarnos, como nos pide el Señor en el Evangelio, a un lugar tranquilo y apartado para estar a solas con Él y para repensar los grandes temas de nuestra vida, para romper con ídolos que nos atenazan y que nos impiden volar hasta las alturas de Dios, y para relanzar nuestra fidelidad al Señor y decidirnos, de una vez por todas, a seguirle sólo a Él.

En el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a los miembros de la Congregación General 35 de la Compañía de Jesús calificó los Ejercicios Espirituales como “un instrumento valioso y eficaz para el crecimiento espiritual de las almas, para su iniciación en la oración y en la meditación en este mundo secularizado del que Dios parece ausente”. Habla después el Papa de la confusión que provoca en nosotros la multiplicidad de mensajes que nos brindan los medios de comunicación, y de la celeridad de los cambios y situaciones que dificultan una vida ordenada y una respuesta alegre y determinada a las llamadas que el Señor nos dirige a cada uno. En este contexto, “los Ejercicios Espirituales constituyen un camino y un método particularmente valioso para buscar y encontrar a Dios en nosotros, en nuestro entorno y en todas las cosas, con el fin de conocer su voluntad y de ponerla en práctica”.

A todos os deseo una Cuaresma verdaderamente santa y santificadora. Contad también con mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla



domingo, 14 de febrero de 2010

"En las vísperas de la Cuaresma", carta de Mons. Juan José Asenjo


Reproducimos a continuación la siguiente carta de nuestro Arzobispo, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, con motivo de la llegada del tiempo de Cuaresma el próximo 17 de febrero, Miércoles de Ceniza:

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo miércoles comenzaremos el tiempo santo de Cuaresma. La invitación a la oración, el ayuno y la limosna, que nos hará la liturgia del Miércoles de Ceniza, nos indica el camino a seguir en este tiempo particularmente fuerte del año litúrgico, en el que todos estamos llamados a la conversión, que nos prepara para celebrar el Misterio Pascual, centro de la fe y de la vida de la Iglesia. La participación en el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, que actualizaremos litúrgicamente en la solemne Vigilia Pascual, exige un “pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17), a través de la meditación más asidua de la Palabra de Dios, la penitencia, el dominio de nuestras pasiones y la práctica de la caridad.

Oración, ayuno y limosna, como nos pide Jesús en el sermón del monte (Mt 6,2-18), continúan siendo los caminos fundamentales para vivir el éxodo espiritual que es la Cuaresma, contribuyendo poderosamente a nuestra conversión y a restaurar en nosotros la comunión que el pecado destruye. La libertad interior que acrecienta en nosotros el ayuno nos reconcilia con nosotros mismos, la oración robustece nuestra comunión con Dios, y la limosna y la caridad fraterna nos reconcilian con los hermanos.

Esta triple reconciliación encuentra su vínculo de unión en el amor, que como nos recordó Benedicto XVI en su primera encíclica es “la opción fundamental de la vida del cristiano” (DCE, 1). El amor es, en efecto, el “corazón de la fe cristiana” y el núcleo del “mandamiento nuevo” (Jn 13,34), que hemos de vivir no simplemente como una obligación, sino como la respuesta al don del amor con el que Dios nos ha amado primero y viene a nuestro encuentro (1 Jn 4,10), un amor con el que Dios nos colma y enriquece y que nosotros debemos comunicar a los demás.

Esta perspectiva unitaria del amor, que el Papa delineó en la citada encíclica, pone de manifiesto la imposibilidad de separar el amor a Dios y al prójimo, ya que como nos recuerda el apóstol San Juan, no podemos decir que amamos a Dios a quien no vemos si no amamos al prójimo a quien vemos (1 Jn 4,20). El amor al prójimo es un camino privilegiado para encontrar a Dios, del mismo modo que el amor verdadero al prójimo sólo es posible a partir del encuentro íntimo con Dios (DCE 16-18).

Estas reflexiones pueden iluminarnos a la hora de renovar durante esta Cuaresma la práctica de la limosna, recomendada por la Escritura como un acto grato a Dios, que no queda sin recompensa, y que es particularmente urgente en estos momentos en que tantos hermanos nuestros sufren las consecuencias de la crisis económica, a la que se añade la situación límite de nuestros hermanos de Haití, tan duramente golpeados por la reciente catástrofe.

Pero si es importante la ayuda a los pobres, bien a través de la caridad individual, ya sea a través de las organizaciones caritativas de la Iglesia, es también importante contemplar a quienes sufren con los ojos de Cristo, que se “compadecía” de las necesidades de todos aquellos que se acercaban a Él. Como Cristo, hemos de contemplar a quienes necesitan nuestra ayuda con una mirada de amor compadecida y concreta sin conformarnos con la donación impersonal de los bienes materiales que nos sobran.

A lo largo del camino cuaresmal que vamos a iniciar, tenemos la oportunidad de conformar nuestra mirada con la de Cristo. De esta manera han vivido la caridad y la limosna los grandes santos de la Iglesia, como la Beata Teresa de Calcuta, que solía repetir que “no hay mayor pobreza que la soledad”; ó San Vicente de Paúl, que exhortaba de este modo a sus Hijas de la Caridad: “No todo consiste en dar el caldo y el pan. Eso pueden hacerlo los ricos. Tú eres la pobre sierva de los pobres, siempre sonriente y de buen humor. Únicamente por tu amor, sólo por tu amor, los pobres te perdonarán el pan que tú les das”.

La Cuaresma nos invita a mirar a nuestro alrededor y a sintonizar con las necesidades de quienes nos rodean, necesidades materiales ciertamente, pero también esas otras más profundas que nos llaman a ser generosos con nuestro afecto y nuestro tiempo. Si la nuestra es una mirada de amor, descubriremos también una sed honda, que hay en muchos hermanos nuestros, la sed de Dios y de Jesucristo. Este anhelo que existe en el corazón de los hombres debe movernos a compasión y movilizar también nuestro ardor apostólico, sabiendo, con la certeza que nos da la fe, que como ha escrito Benedicto XVI, “quien no da a Dios, en realidad, da demasiado poco”, pues como decía a menudo la Beata Teresa de Calcuta “la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo”.

Con mi saludo fraterno y mi bendición, os deseo a todos una santa y fecunda Cuaresma.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Administrador Apostólico de Córdoba




viernes, 3 de abril de 2009

Viernes de Dolores: Stabat Mater Dolorosa...

Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia celebra la festividad de los Dolores de la Virgen el 15 de septiembre, un día después de la fiesta de Exaltación de la Santa Cruz (antes celebrada en el mes de mayo). Sin embargo, se acepta y sigue arraigado en nuestra tierra el Viernes de Dolores y son muchas las hermandades que finalizan sus cultos en honor a la Virgen con la liturgia propia de la festividad de los Dolores de la Virgen (no ya sólo en Sevilla, sino en numerosos pueblos de la provincia, como por ejemplo en nuestras vecinas localidades de Arahal y de Marchena).

En Paradas, históricamente fue un día grande, que ponía fin al solemne septenario que organizaba la Hermandad de los Dolores en honor de su titular, Nuestra Señora de los Dolores, imagen muy venerada en toda Paradas, que durante más de dos siglos procesionó con las hermandades de la Vera Cruz, de Jesús Nazareno y del Santo Entierro, acompañando a la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz hasta mitad de los años 60 del pasado siglo XX.

Hoy en día la festividad de los Dolores de la Virgen es celebrada en el mes de septiembre por la Hermandad de Jesús Cautivo, en honor de la Virgen del Mayor Dolor, y por la de Jesús Nazareno, en honor de la Virgen de los Dolores.

En la liturgia del día, al salmo responsorial le sigue el Stabat Mater, que, por su hermosura, reproducimos a continuación:

La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.

Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?

Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.

Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.

Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.


Ad maiorem Dei Gloriam et Beatae Mariae Virginis





domingo, 15 de marzo de 2009

Mensaje Cuaresma 2009

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma de 2009




"Jesús, después de hacer un ayuno
durante cuarenta días y cuarenta noches,
al fin sintió hambre"
(Mt 4,2)




¡Queridos hermanos y hermanas!





Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.





En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.





La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).





En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica
Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos” (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).





La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.





Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc.
Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.





Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: “Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.





Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc.
Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.





Vaticano, 11 de diciembre de 2008
BENEDICTUS PP. XVI