sábado, 2 de abril de 2011

Amar y servir a los pobres

Reproducimos a continuación la reciente carta pastoral de nuestro Arzobispo don Juan José, en la que hace un llamamiento a la responsabilidad de los católicos ante la crisis.

AMAR Y SERVIR A LOS POBRES, Carta del 27-03-11.
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
En la Asamblea Plenaria de otoño de 2009, los Obispos españoles aprobamos una declaración sobre la crisis económica y sus raíces morales, que en absoluto ha perdido actualidad. En el ecuador de esta Cuaresma, en la que a todos se nos pide la renovación de nuestra fraternidad, puede ser útil volver a ella para invitaros a adoptar actitudes de cercanía eficaz a tantos hermanos nuestros que sufren agudamente las consecuencias de la crisis. Los Obispos iniciábamos el documento animando a las comunidades cristianas y a todos los hombres de buena voluntad a discernir el momento presente y a comprometerse con generosa solidaridad. En la introducción del texto se afirma que “la crisis económica que vivimos tiene que ser abordada, principalmente, desde sus causas y víctimas, y desde un juicio moral que nos permita encontrar el camino adecuado para su solución”.

El documento estudia las causas de la crisis y afirma que la razón última es el desvanecimiento de los valores morales, la falta de honradez, la codicia de muchos y la carencia de control de las estructuras financieras, fruto de la globalización de la economía. Las primeras víctimas son las familias, sobre todo las numerosas, los jóvenes, los pequeños y medianos empresarios, los agricultores y ganaderos, que viven en una angustiosa situación económica, y los emigrantes, que en los años pasados han contribuido a nuestro bienestar y a los que ahora no podemos abandonar. El documento denuncia la escasa protección social de la familia y las políticas antinatalistas, cuyas consecuencias sufrirán especialmente las futuras generaciones.

En la segunda parte, se afirma que no hay verdadero desarrollo sin Dios, que es el garante del verdadero desarrollo, que debe alcanzar a todo el hombre y a todos los hombres. Sugiere después que no puede haber auténtico desarrollo sino desde la plataforma de unas profundas convicciones religiosas y desde la luz de la fe, pues de lo contrario el mundo de la economía se regiría por la ley de la selva. Por ello, afirma citando la encíclica Caritas in veritate, que el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y políticos que vivan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común.
 
En su tercera parte, la declaración nos compromete a implicarnos en el servicio a las víctimas de la crisis. El sufrimiento de nuestros hermanos debe tocar nuestro corazón de creyentes e impulsarnos a dar una respuesta inmediata a tanto dolor, poniéndonos de su parte y en su lugar, bajándonos de nuestra cabalgadura como el Buen Samaritano para curar sus heridas y compartir con ellos nuestros bienes. Aquellos cristianos que tienen responsabilidades en la vida política o económica están obligados a impulsar un nuevo dinamismo laboral que nos comprometa a todos a favor de un trabajo digno, que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer. En concreto, se pide un trato humano y solidario con los emigrantes, cuyos derechos no se pueden recortar, pues afectan decisivamente a su dignidad como personas.

El texto concluye con una llamada a las comunidades cristianas y todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar para superar la crisis, conscientes de que no habrá cambios sociales significativos y duraderos sin una verdadera conversión del corazón, a la que la Cuaresma nos invita con las palabras terminantes de los profetas. “Rasgad los corazones, no las vestiduras –nos decía el profeta Joel el Miércoles de Ceniza-: convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad”.
 
Sólo hombres convertidos, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, serán capaces de impulsar los cambios sociales necesarios para que el auténtico bienestar llegue a todos los hombres. La Iglesia tiene en este sentido un vademecum precioso, su Doctrina Social, que nos orienta a la hora de impulsar un verdadero desarrollo integral, que requiere una renovación ética de la vida social y económica, un compromiso renovado de servicio a los pobres y una apuesta decidida en la lucha contra la pobreza como exigencia de la caridad. Así lo están haciendo ejemplarmente nuestras Caritas, Manos Unidas, las parroquias, los religiosos y las Hermandades y Cofradías, como expresión de la dimensión samaritana de la Iglesia. Junto a estas instituciones, y apoyándolas como se merecen, todos nosotros debemos ser conscientes en esta hora de la urgencia de comprometernos, adoptando estilos de vida más austeros y haciendo un esfuerzo supremo, heroico si fuera necesario, para salir al paso de esta verdadera emergencia social que hiere a tantos hermanos nuestros. No olvidemos que, como escribiera San Juan de la Cruz, “en la noche de la vida nos juzgarán del amor”.
 
Concluyo deseándoos una santa y fructuosa Cuaresma, vivida cerca de los pobres, que es tanto como decir, vivida muy cerca del Señor, pues es a Él a quien servimos cuando socorremos a los necesitados.
 
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
 
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla