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sábado, 31 de marzo de 2012

Domingo de Ramos. Pórtico de la Semana Santa

Queridos hermanos y hermanas:

En el relato de la pasión del evangelista San Marcos, que escucharemos en este Domingo de Ramos, llama la atención el silencio de Jesús a partir de su prendimiento. Ante las acusaciones de los falsos testigos, "... Él callaba sin dar respuesta". Únicamente ante la pregunta del sumo sacerdote, que le interroga si es el Mesías, responde lacónicamente "Sí, lo soy"; y ante la pregunta de Pilatos, "¿Eres tú el rey de los judíos?", contesta Jesús con un escueto "Tú lo has dicho". A partir de ese momento, guarda un silencio absoluto, que sólo interrumpe "clamando con gran voz": "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". De las siete palabras de Jesús en la cruz, que nos transmiten los otros evangelistas, San Marcos sólo nos refiere este grito desgarrador.
 
Jesús "callaba, sin dar respuesta". Estamos ante el silencio de Jesús, silencio que impresionó a Pilatos, más expresivo que mil palabras. Y Jesús seguirá en silencio cuando el pueblo grita pidiendo la liberación de Barrabás, cuando le azotan cruelmente, le ciñen la corona de espinas, le crucifican y le injurian los que pasan junto al Calvario, cuando los sumos sacerdotes se burlan de

Él y le insultan los ladrones crucificados a su derecha y a su izquierda. Entonces se cumple la palabra de Isaías: "Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”. Silencio impresionante de Jesús, más elocuente que los más altisonantes discursos. Así lo debió entender, con el corazón iluminado por la fe, el centurión que le ha visto expirar: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".

"Él callaba, sin dar respuesta", nos dice reiteradamente San Marcos. Qué contraste entre las actitudes de Jesús en su pasión y nuestras quejas ante aquello que no resulta a la medida de nuestros deseos o ante lo que creemos que es una injusticia. Qué contraste entre el silencio de Jesús y nuestras explicaciones prolijas para justificar nuestros errores, miserias, yerros y claudicaciones. Qué contraste entre el silencio de Jesús y nuestro mundo inundado de palabras, de discursos altisonantes llenos de promesas, palabras que se convierten en ruido que deshumaniza, que nos impide entrar dentro de nosotros mismos para encontrarnos con la verdad profunda del hombre.

Para Alfred de Vigny "sólo el silencio es grandioso; todo lo demás es debilidad”. A Ortega y Gasset se le atribuye esta otra frase luminosa: "Si se quiere de verdad hacer algo en serio, lo primero que hay que hacer es callarse". Esto explica el silencio impresionante de Jesús durante su pasión, el momento más "serio" de su vida, el acontecimiento más "serio" de la historia de la humanidad, pues en él realiza la obra de nuestra redención desde el lenguaje del silencio, el lenguaje del amor y de la generosidad de todo un Dios que entrega libremente su vida para salvarnos.

En este Domingo de Ramos, preludio de la Semana Santa del año 2012, invito a todos los cristianos de Sevilla a buscar el silencio interior. Sólo desde el silencio es posible la conversión y la vuelta a Dios. Sólo desde la “soledad sonora”, de la que nos hablara San Juan Cruz, es posible encontrarnos con la verdad del hombre y con el rumor de Dios. Sólo desde el silencio es posible penetrar con hondura en los misterios santos que vamos a celebrar. Vivir la Semana Santa hoy más difícil que hace sólo unas décadas, en las que el ambiente era esencialmente religioso. Hoy son muchas las sugestiones con que nos seduce la sociedad secularizada en que vivimos. Por ello, vivir con seriedad y provecho la epopeya de la Pasión del Señor en estos días santos tiene un mérito mayor.

En la liturgia vamos a actualizar los misterios centrales de nuestra fe. Preparémonos a participar en ellos reconciliándonos con Dios y con nuestros hermanos recibiendo el sacramento de la penitencia. Busquemos espacios amplios para el silencio y la contemplación. Agradezcamos al Señor en el Jueves Santo la institución de la Eucaristía y visitémoslo con piedad y unción en los Monumentos. Vivamos con gratitud la severa liturgia del Viernes Santo y abramos nuestro corazón para que la sangre derramada de Cristo sane nuestras heridas, penetre en nuestro espíritu, nos convierta y nos salve.

Acompañemos al Señor con recogimiento y sentido penitencial en las hermosas procesiones de nuestros pueblos y ciudades, que no son primariamente manifestaciones culturales, sino expresión de la religiosidad y el fervor de nuestro pueblo, camino de evangelización y llamada a la conversión.

Quiera Dios que estos días nos sirvan para encontrarnos con Cristo, que transforma nuestras vidas, si nosotros nos dejamos transformar por la eficacia de su sangre redentora. Ojalá que quien resucita para la Iglesia y para el mundo en la Pascua florida, resucite sobre todo en nuestros corazones y de nuestras vidas. Sólo así experimentaremos la verdadera alegría de la Pascua.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

lunes, 28 de noviembre de 2011

Corona de Adviento

Hemos comenzado el año litúrgico (ciclo B) y con él el tiempo de Adviento en el que nos preparamos para celebrar la encarnación del Verbo, el nacimiento de Jesús.

En las misas de este primer domingo de Adviento pudimos ver en el altar una corona con cuatro velas, que al comienzo de la misa fue bendecida y encendida una de sus velas.

Una corona como símbolo sobre las cabezas, ya sea vegetal o de ricos metales y piedras, expresa elevación y poder y es atributo de los que han triunfado. Pensemos por ejemplo en las coronas de los reyes y emperadores o en las coronas de los deportistas.

La corona de Adviento situada en el altar mayor de la parroquia está formada por un círculo de hojas verdes perennes y lleva insertadas cuatro velas de diferentes colores: verde, morada, blanca y roja.

Cada domingo de Adviento una vela nos va a recordar la cercanía de la Navidad.

El origen de las coronas de Adviento se remonta a las costumbres pre cristianas de los germanos, quienes en las noches frías de diciembre colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera, representando una rogativa al sol que regresará con su luz y calor.

La corona de Adviento es un ejemplo de la cristianización de la cultura. Lo viejo ahora toma un nuevo y pleno contenido en Cristo. Cristo vino para hacer todas las cosas nuevas (Ap. 21, 5).

Los cristianos supieron apreciar la enseñanza de Jesús: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Jn 8, 12). 

Nosotros, unidos a Jesús, también somos luz: “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña” (Mt 5, 14).

En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes usaban la corona con velas para celebrar el Adviento. Jesús es la luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria, y las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo.

Las ramas con hojas verdes perennes recuerdan que Jesús es la vida eterna. Cristo está vivo entre nosotros.

Y el círculo, como figura geométrica perfecta, significa que Dios no tiene principio ni fin. Representa la unidad y eternidad de Dios.

En este primer domingo de Adviento fue bendecida la corona y se encendió la primera vela, la verde. 

En el segundo domingo, se encenderán dos velas: la verde y la morada. 

El tercer domingo de Adviento, las velas verde, morada y blanca. 

Y en la cuarta semana se encenderán ya todas las velas: verde, morada, blanca y roja.
 

martes, 14 de septiembre de 2010

14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

A Cristo, Rey y Señor,
que por nosotros fue exaltado en la cruz,
venid, adorémosle.


La Iglesia celebra el día 14 de septiembre la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Fiesta de la Vera Cruz, la Verdadera y Santa Cruz en la que murió Nuestro Señor Jesucristo, que fue descubierta por Santa Elena, madre del Emperador Constantino, el 14 de septiembre del año 320, quien mandconstruir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro.

En el año 614, el ejército del Islam del rey Cosroes II de Persia, invadió, saqueó y conquistó Jerusalén, causando graves daños a la iglesia del Santo Sepulcro y llevándose las sagradas reliquias de la Vera Cruz, poniéndolas el rey persa a sus pies, bajo su trono, como signo de desprecio hacia el cristianismo.

Pocos años más tarde, el emperador bizantino Heraclio la recuperó de manos de los turcos, el 3 de mayo del año 628, conservándola en Constantinopla hasta su traslado a Jerusalén y mandando reedificar la iglesia del Santo Sepulcro.

Al recuperar Heraclio el precioso madero, quiso el emperador cargar una cruz como había hecho Cristo, a través de Jerusalén. Pero al ponerse el madero en el hombro quedó paralizado. El Patriarca Zacarías, que iba a su lado, le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial y, con simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la Cruz en el sitio donde antes era venerada, siendo el día 3 de mayo del año 630.

Los fragmentos de la Santa Cruz se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas, y cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre, todos los fieles veneraron las reliquias con mucho fervor e incluso se produjeron milagros.

Para evitar nuevos robos, la Santa Cruz fue partida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, otro se quedó en Jerusalén y otro se partió en pequeñas astillas para repartirlas por las iglesias del mundo entero, que llamaron Veracruz (verdadera cruz).

Desde el siglo VII se exponía y veneraba en Roma la reliquia del Lignum Crucis, árbol de la Cruz. En España la fiesta del 3 de mayo aparecía en todos los calendarios y fuentes litúrgicas mozárabes, poniéndose en relación con el hallazgo de la Santa Cruz por parte de Santa Elena. Hacia el año 800, en Roma, donde ya existía la fiesta de la Exaltación, se recibió esta Fiesta del hallazgo o Invención de la Santa Cruz.

En Jerusalén a la fiesta le precedían cuatro días de preparación y acudían muchísimos fieles al monte Calvario desde Egipto, Mesopotamia y Persia, a quienes se les mostraba la venerable reliquia, signo de la Redención.

A partir del siglo VIII se difunde en Occidente la fiesta paulatinamente.

Se trata, por tanto, de una fiesta con un origen histórico y contenido teológico: la contemplación de Cristo exaltado en el árbol santo de la Cruz.

La fiesta del Hallazgo o Invención de la Santa Cruz, del 3 de mayo, fue suprimida en 1960 con la reforma del calendario litúrgico, quedando en el calendario únicamente la fiesta del día 14 de septiembre, de la Exaltación de la Santa Cruz, recordános, pues, dos acontecimientos históricos: el descubrimiento de la Verdadera Cruz de Cristo por parte de Santa Elena, en el año 320, y su recuperación de manos de los persas y su retorno a Jerusalén en el siglo VII.

En Paradas, la fiesta de la Santa Cruz, del día 3 de mayo, era celebrada por la Primitiva Hermandad de la Vera Cruz desde tiempo inmemorial, como así reflejaban las reglas de 1720 (literalmente, eran fiel reflejo de las primitivas, que habían desaparecido, remontándose los documentos más antiguos de la Hermandad a listados de hermanos de la segunda mitad del siglo XVI). El 3 de mayo celebraba fiesta solemne en la iglesia Parroquial de San Eutropio, con sus vísperas, Misa cantada y sermón, con asistencia de todo el Clero y de todos los Hermanos, y se llevaba procesionalmente la Vera Cruz por las calles, lo más adornada posible, estando en estas fiestas de mayo el origen de la feria de Paradas. Desde hace unos años, la Asociación de Nuestra Señora de los Remedios viene impulsando la celebración festiva de la Cruz de Mayo, elevando el recuerdo de esta fiesta grande.

A día de hoy, la fiesta del 14 de septiembre pasa en Paradas casi inadvertida, siendo un anhelo de este Foro Cristo de la Vera Cruz que alcance la popularidad y solemnidad que sin duda merece.

Tuvimos a bien comenzar este artículo con una antífona propia de la oración de laudes del día de hoy y lo completamos con este hermoso himno de las vísperas:


Las banderas reales se adelantan

y la cruz misteriosa en ellas brilla:

la cruz en que la vida sufrió muerte

y en que, sufriendo muerte, nos dio vida.



Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo

que, al ser herido por la lanza dura,

derramó sangre y agua en abundancia

para lavar con ellas nuestras culpas.



En ella se cumplió perfectamente

lo que David profetizó en su verso,

cuando dijo a los pueblos de la tierra:

«Nuestro Dios reinará desde un madero.»



¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso,

árbol ornado con la regla púrpura

y destinado a que su tronco digno

sintiera el roce de la carne pura!



¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes,

en que estuvo colgado nuestro precio,

fuiste balanza para el cuerpo santo

que arrebató su presa a los infiernos!



A ti, que eres la única esperanza,

te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos

que acrecientes la gracia de los justos

y borres los delitos de los malos.



Recibe, oh Trinidad, fuente salubre,

la alabanza de todos los espíritus,

y tú que con tu cruz nos das el triunfo,

añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén.




sábado, 4 de abril de 2009

Adoración de la Cruz: liturgia del Viernes Santo

El Viernes Santo es un día de intenso dolor. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros suscita sentimientos de dolor, compasión y de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.

La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva e incluso se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento.

La liturgia se divide en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.

Liturgia de la palabra.

La ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y el diácono se aproximan al altar en silencio, hacen una reverencia o bien, siguiendo el uso antiguo, se postran. Todos rezan en silencio durante unos segundos. A continuación el celebrante lee la oración colecta, y después todos se sientan para escuchar las lecturas.

La primera lectura (Is 52,13-53,12) nos presenta al "siervo paciente", figura profética en la cual la tradición cristiana y el mismo Nuevo Testamento han reconocido a Cristo. Cristo en su Pasión es, efectivamente, el "Varón de Dolores".

La segunda lectura (Heb 4,14-16; 5,7-9) nos presenta a Cristo en su función sacerdotal, reconciliando a los hombres con Dios por el sacrificio de su vida.

"Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan". Con esta sencilla introducción comienza la lectura del evangelio del Viernes Santo (Jn 18,1-19,42). San Juan ve la pasión con mayor profundidad que los otros evangelistas, a la luz de la resurrección. Su fe pascual transfigura cada detalle y cada episodio de esta última fase de la vida terrena del Salvador.

La Cruz en sí misma es un sacrificio cruel y bárbaro; pero, desde que Cristo redimió a los hombres en el leño de la cruz, ésta es objeto de veneración. Para San Juan, la cruz es una especie de trono. La cruz es descrita como una "exaltación", término que instantáneamente comunica la idea de ser elevado y glorificado. Es San Juan quien nos dice que Jesús llevó su propia cruz.

Jesús libremente se encamina hacia su ejecución; con perfecta libertad y completo conocimiento del significado de lo que acontece, sale al encuentro de su destino. El motivo es el amor. La cruz es la revelación suprema del amor de Dios.

Jesús aparece como rey, como juez y como salvador. Las burlas de los soldados y la coronación de espinas sirven para poner de manifiesto su realeza. En el acto mismo de su condena, es Jesús, no Pilato, quien aparece como juez; ante sus palabras y ante su cruz nos encontramos condenados o justificados. Finalmente, como salvador, Jesús reúne a su pueblo en unidad alrededor de su cruz. La Iglesia, representada en la túnica sin costura, queda formada. A María, su madre, le confiere una maternidad espiritual; queda constituida madre de todos los vivientes. Jesús desde la cruz entrega su espíritu, inaugurando así el período final de la salvación. De su costado brota sangre y agua, símbolos de salvación y del Espíritu que da vida. Cristo se muestra como el verdadero cordero pascual cuya sangre ya había salvado a los israelitas. Volverse a él con fe es salvarse.

Adoración de la Cruz.

El Viernes Santo no se ofrece el sacrificio eucarístico. La parte central de la misa, la plegaria eucarística, se omite. En su lugar tenemos la emotiva ceremonia de la adoración de la cruz. A ésta sigue la comunión.

La misma ausencia en este día de sacrificio eucarístico nos habla de la íntima relación entre el sacrificio del Calvario y la misa. Cristo murió de una vez para siempre por nuestros pecados. Su sacrificio es único y suficiente, pero el memorial de aquella muerte y sacrificio se celebra en todas las misas. En este día la mirada de la Iglesia está fija en el Calvario mismo, en donde Cristo inmoló su vida en expiación por nuestros pecados.

El rito de la adoración tiene dos fórmulas posibles. La primera consiste en un descubrimiento gradual de la cruz. El celebrante, de pie ante el altar, toma la cruz, descubre un poco de la parte superior y la eleva, diciendo o cantando: "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo". El pueblo responde: "Venid a adorarlo". Todos se arrodillan y veneran la cruz en silencio. Seguidamente el celebrante descubre el brazo derecho de la cruz y hace de nuevo la invitación a adorarlo. Por fin descubre la cruz totalmente, haciendo una tercera invitación, a la que sigue la tercera veneración.

La segunda fórmula consiste en una procesión con la cruz descubierta desde la puerta de la iglesia hasta el presbiterio. En el camino hacia el altar se hacen tres estaciones, la primera cerca de la entrada, la segunda en el medio de la iglesia y la tercera junto al presbiterio. En cada una de ellas el sacerdote o diácono que lleva la cruz se detiene, la eleva y canta o dice: "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo"; sigue la respuesta y adoración de la cruz: “Venid a adorarlo”. Se coloca luego la cruz junto al presbiterio en posición adecuada para que todos los fieles puedan acercarse y adorarla mediante una genuflexión o un beso.

Ya desde el siglo IV los cristianos de Jerusalén usaban el beso como acto de adoración a la cruz el viernes santo.

Mientras los fieles se acercan para adorar la cruz se cantan antífonas, himnos y otras composiciones adecuadas. Hay algunas muy antiguas que impresionan por su belleza y profundidad.

Luego vienen los famosos "improperios", llamados así porque en ellos Jesús reprocha a su pueblo su ingratitud. Él relata lo que ha hecho por su pueblo: lo sacó de Egipto, lo condujo a través del desierto, lo alimentó con el maná, hizo por él toda clase de portentos; en recompensa por todos esos favores, el pueblo lo trata con desprecio. La antítesis: "Yo te saqué de Egipto, tú preparaste una cruz para tu Salvador", es usada para dar efecto a toda la composición. Entre un improperio y otro tenemos el patético estribillo: "¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme".

El rito de comunión.

El altar está ahora cubierto por el mantel y se trae desde el Sagrario el copón con las hostias consagradas en los oficios del Jueves Santo.

La liturgia del Viernes Santo termina sin despedida ni canto final. El pueblo se retira en silencio.

El altar queda desnudo, el sagrario vacío, el presbiterio sin flores ni ornamentos de ninguna clase. Es el día en que la iglesia presenta un aspecto extremadamente austero. Nada distrae nuestra atención del altar y la cruz. La Iglesia permanece vigilante junto a la cruz del Señor.