domingo, 18 de abril de 2010

Pascua del Enfermo

Con tiempo suficiente como para que la celebración no pase desapercibida, tenemos a bien dedicar estas entrada a la Pascua del Enfermo, que la Iglesia celebrará el próximo domingo 9 de mayo, puesto que en Paradas nos encontraremos inmersos en la feria.

Y con tal motivo, presentamos la hermosa carta pastoral que una vez más nos brinda nuestro Arzobispo, acompañada de un entrañable vídeo localizado en Internet (cuya autoría no hemos podido identificar), esperando que os gusten.






A continuación, reproducimos la carta pastoral de nuestro Arzobispo.

“Dando vida, sembrando esperanza”, carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo, con motivo de la Pascua del Enfermo.

El próximo domingo, 9 de mayo, VI domingo de Pascua, celebraremos la Pascua del Enfermo, jornada que tiene como finalidad aproximar a los cristianos al mundo de la enfermedad y del dolor y hacer visible la cercanía material y espiritual de la comunidad cristiana a nuestros hermanos enfermos.

La atención y el servicio a los enfermos es algo que pertenece a la entraña del Evangelio y a la mejor tradición cristiana. La Iglesia ha mostrado siempre una particular solicitud por los enfermos siguiendo el ejemplo de su Maestro, a quien los Evangelios presentan como el “Médico divino” y el Buen Samaritano de la humanidad. Jesús, en efecto, al mismo tiempo que anuncia la buena nueva del Reino de Dios, acompaña su predicación con la curación de quienes son prisioneros de todo tipo de enfermedades y dolencias.

Los cristianos tenemos muchas razones para servir y acompañar a los enfermos, que viven una etapa peculiar en su vida, tanto si permanecen en su hogar, como si están ingresados en un centro sanitario. Nos debemos particularmente a aquellos que son víctimas de la soledad y del abandono de sus familias. Los enfermos son personas. La enfermedad no les priva de la dignidad que les es propia. Para un cristiano son además hijos de Dios y hermanos nuestros, redimidos como nosotros por la sangre redentora de Cristo. En el rostro de todo ser humano, especialmente si sufre o está desfigurado por la enfermedad, brilla el rostro de Cristo, quien nos dejó dicho: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

El lema de la Pascua del Enfermo de este año es “Dando vida, sembrando esperanza”. Esta es la misión peculiar de la Pastoral de la Salud. Con esta ocasión, saludo con afecto y gratitud a los profesionales cristianos, médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios, entre los que se encuentran no pocos religiosos y religiosas, que con paciencia y amor, ponen al servicio de los enfermos su competencia técnica y su calor humano, inclinándose ante ellos como el Buen Samaritano para “dar vida” a quienes tiene quebrantada su salud, sin tener en cuenta la condición social, el color de su piel o sus creencias, sino sólo su condición de persona especialmente necesitada.

Me dirijo ahora con especial afecto al Delegado Diocesano de Pastoral de la Salud y a quienes con él colaboran en esta pastoral preciosa. Me dirijo también a todos aquellos cristianos que en su casa atienden a sus familiares enfermos con infinito amor, a los miembros de los grupos parroquiales que semanalmente visitan a los enfermos en nombre de la comunidad parroquial, y a los voluntarios que les visitan en clínicas y hospitales, con la conciencia de que sirven, visitan y acompañan al Señor que se identifica con nuestros hermanos más pobres, pues nadie es más pobre que aquel a quien le falta un bien tan preciado como es la salud. Ellos son “sembradores de esperanza”, tan importante en ocasiones como la asistencia que procuran los profesionales sanitarios. En marzo de 2006, el Santo Padre Benedicto XVI os llamó “caricia de Dios para nuestros hermanos enfermos”. Así es en realidad. En nombre de la Iglesia, os agradezco vuestro trabajo y entusiasmo. Sed testigos del Evangelio ante los enfermos y sus familiares. Ayudadles a considerar la enfermedad como un acontecimiento de gracia y a acoger el sufrimiento con amor y espíritu de fe, unidos a Cristo Redentor, “varón de dolores”, transformando así sus padecimientos en torrente de energía sobrenatural para sí mismos y para los demás.

No olvido a los capellanes, que tenéis la decisiva misión de acompañar espiritualmente a los enfermos. Es hermosa vuestra tarea y es grande el bien que podéis hacer en el hospital. Cumplidla con esmero. Sois el escaparate de la Iglesia en los centros sanitarios. Visitad todos los días a los enfermos. Alentad a sus familiares. Dad testimonio de Jesucristo en todo momento. Cuidad la capilla, que debe ser, como nos ha dicho Benedicto XVI, “el corazón palpitante en el que Jesús se ofrece intensamente al Padre celestial por la vida de la humanidad”. Con el Papa os pido también que cuidéis con interés y delicadeza la administración de la Eucaristía, que “distribuida con dignidad y con espíritu de oración a los enfermos, es savia vital que les consuela e infunde en su espíritu luz interior para vivir con fe y con esperanza la enfermedad y el sufrimiento”. Mostraos disponibles siempre para administrar el sacramento de la unción, que tanta paz da a nuestros enfermos.

Termino ya saludando con afecto a todos los enfermos de la Archidiócesis. Rezo por vosotros todos los días. Pido al Señor que os alivie y sane. Ofrecedle vuestros dolores para que Él los transforme en camino de purificación y redención.

Para vosotros y para todos los fieles de nuestra Iglesia diocesana, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


domingo, 4 de abril de 2010

El Señor ha resucitado, ¡Aleluya!

Carta pastoral de nuestro Arzobispo, Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Juan José Asenjo Pelegrino, en el día de hoy, 4 de abril de 2010, Domingo de Resurrección

El Señor ha resucitado, ¡Aleluya!

Queridos hermanos y hermanas:

Termina la Semana Santa con la solemnidad de la Resurrección del Señor. La Iglesia, que ha estado velando junto al sepulcro de Cristo, proclama jubilosa en la Vigilia Pascual las maravillas que Dios ha obrado a favor de su pueblo desde la creación del mundo y a lo largo de toda la historia de la salvación. Canta, sobre todo, el gran prodigio de la resurrección de Jesucristo, del que las otras maravillas eran sólo pálida figura. Jesucristo, la luz verdadera que alumbra a todo hombre, que pareció oscurecerse en el Calvario, alumbra hoy con nuevo fulgor, disipando las tinieblas del mundo y venciendo a la muerte y al pecado. Jesucristo resucitado, brilla hoy en medio de su Iglesia e ilumina los caminos del mundo y nuestros propios caminos.

La resurrección del Señor es el corazón del cristianismo. Nos lo dice abiertamente San Pablo: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe... somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15,14-20). La resurrección del Señor es el pilar que sostiene y da sentido a toda la vida de Jesús y a nuestra vida. Ella es el hecho que acredita la encarnación del Hijo de Dios, su muerte redentora, su doctrina y los signos y milagros que la acompañan. La resurrección del Señor es también es el más firme punto de apoyo de la vida y del compromiso de los cristianos, lo que justifica la existencia de la Iglesia, la oración, el culto, la piedad popular, nuestras tradiciones y nuestro esfuerzo por respetar la ley santa de Dios.

Para algunos, la resurrección de Jesús es una quimera, un hecho legendario o simbólico sin consistencia real. No sería otra cosa que la pervivencia del recuerdo y del mensaje del Maestro en la mente y en el corazón de sus discípulos. Gracias a las mujeres, que ven vacío el sepulcro del Señor, y a los numerosos testigos que a lo largo de la Pascua contemplan al Señor resucitado, nosotros sabemos que esto no es verdad. La resurrección del Señor es el núcleo fundamental de la predicación de los Apóstoles. Ellos descubrieron la divinidad de Jesús y creyeron en Él, cuando le vieron resucitado. Hasta entonces se debatían entre brumas e inseguridades.

Ser cristiano consiste precisamente en creer que Jesús murió por nuestros pecados, que Dios lo resucitó para nuestra salvación y que, gracias a ello, también nosotros resucitaremos. Por ello, el Domingo de Pascua es la fiesta primordial de los cristianos, la fiesta de la salvación y el día por antonomasia de la felicidad y la alegría. La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida, la gran noticia para toda la humanidad, porque todos estamos llamados a la vida espléndida de la resurrección.

La fe en la resurrección no ocupa hoy el centro de la vida de muchos cristianos. Precisamente por ello, nuestro mundo es tan pobre en esperanza. Lo revelan cada día no pocas noticias dramáticas. La resurrección del Señor, sin embargo, alimenta nuestra esperanza. Gracias a su misterio pascual, el Señor nos ha abierto las puertas del cielo y prepara nuestra glorificación. Los cristianos esperamos "unos cielos nuevos y una tierra nueva", en los que el Señor "enjugará las lágrimas de todos los ojos, donde no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos, ni fatiga, porque el mundo viejo habrá pasado" (Apoc 21,4).

Esta esperanza debe iluminar todas las dimensiones y acontecimientos de nuestra vida. Para bien orientarla, tenemos que aceptar esta verdad fundamental: un día resucitaremos, lo que quiere decir que ya desde ahora debemos vivir la vida propia de los resucitados, es decir, una vida alejada del pecado, del egoísmo, de la impureza y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, fraterna, cimentada en la verdad, la justicia, la misericordia, el perdón, la generosidad y el amor a nuestros hermanos; una vida, por fin, sinceramente piadosa, alimentada en la oración y en la recepción de los sacramentos.

La resurrección del Señor debe reanimar nuestra esperanza debilitada y nuestra confianza vacilante. Esta verdad original del cristianismo debe ser para todos los cristianos manantial de alegría y de gozo, porque el Señor vive y nos da la vida. Gracias a su resurrección, sigue siendo el Enmanuel, el Dios con nosotros, que tutela y acompaña a su Iglesia "todos los día hasta la consumación del mundo". Desde esta certeza, felicito a todas las comunidades de la Archidiócesis. Que el anuncio de la resurrección de Jesucristo os anime a vivir con hondura vuestra vocación cristiana. Así se lo pido a la Santísima Virgen, que hoy más que nunca es la Virgen de la Alegría. Que ella nos haga experimentar a lo largo de la Pascua y de toda nuestra vida la alegría y la esperanza por el destino feliz que nos aguarda gracias a la resurrección de su Hijo.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz Pascua de Resurrección.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

4 de abril de 2010
Domingo de Resurrección