lunes, 24 de octubre de 2011

Misa de difuntos

El próximo viernes 28 de octubre, la misa de las 20 horas de nuestra Parroquia de San Eutropio será aplicada por el eterno descanso de los hermanos, devotos y bienhechores difuntos de la Primitiva Hermandad de la Vera Cruz.

Desde esta página se ruega la asistencia a tan piadoso acto de caridad cristiana.

Dales, Señor, el descanso eterno.
Y brille para ellos la luz eterna.
Que las almas de todos los fieles difuntos descansen en paz.
Amén.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Misa de comienzo del curso pastoral

El viernes 21 de octubre, a las 20 horas, se celebrará en nuestra Iglesia Parroquial de San Eutropio una Eucaristía con motivo del inicio del curso pastoral 2011/2012.

Aunque este curso, marcado por la llegada de nuestro párroco don Francisco Javier Aranda Palma, ya comenzó en septiembre, a la celebración de este viernes de la misa del Espíritu Santo está llamada toda la feligresía en general y en particular los diferentes grupos que a lo largo del año participan en la vida de la parroquia, como es en nuestro caso el Grupo de Formación de la Hermandad de la Vera Cruz.

Esta misa será un punto de encuentro de todos los grupos y colaboradores de la parroquia en torno al altar, con el deseo de revivir el misterio de Pentecostés, la maravillosa experiencia de comunión y unidad, y en la que implorar los dones del Espíritu Santo, tan necesarios para cumplir bien con nuestros menesteres.



martes, 4 de octubre de 2011

Reflexión: carta de Santo Tomás Moro antes de ser decapitado

“Me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza”

De una carta de Santo Tomás Moro, escrita en la cárcel a su hija Margarita, antes de ser decapitado por orden del Rey Enrique VIII, el día 6 de julio de 1535:

“Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su Inmensa Bondad. Hasta ahora, su Gracia Santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo Rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su Majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma Gracia Divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el Rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.

Está mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima Pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el Purgatorio y, gracias a su Divina Bondad, me conseguirá más tarde un aumento premio en el Cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la Bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de San Pedro, cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces Él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda.

Y, si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por Su Misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aún en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en Manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos Su Justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que Su Bondad Clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea Su Misericordia, más que su Justicia, lo que se ponga en mí de relieve.

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.