Mostrando entradas con la etiqueta Adviento. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Adviento. Mostrar todas las entradas

domingo, 2 de diciembre de 2012

Adviento y algunas actividades

Comienza el Adviento. Os animamos a leer la carta pastoral que al respecto ha publicado nuestro querido Arzobispo, don Juan José Asenjo (Vivir con responsabilidad el Adviento) y al hilo de este nuevo tiempo litúrgico recordamos la entrada publicada el año pasado Corona de Adviento.

Por otra parte, reseñamos que ayer se celebró en Paradas la Operación Kilo, en la que se recogieron alimentos destinados a Cáritas por todas las calles de nuestro y que fue todo un éxito, tanto por la generosidad demostrada por nuestros vecinos como por numerosos colaboradores que participaron en la recogida, animados por el Consejo Local de Hermandades y Cofradías y con la participación de los grupos de formación de la Vera Cruz y de Nuestra Señora de los Remedios.

Cabe señalar que el grupo de formación de la Vera Cruz viene fomentando en este curso la colaboración con Cáritas Parroquial y desde la reunión de formación del pasado 23 de noviembre los asistentes están aportando  alimentos.

Por último, se informa de que al igual que en los años anteriores, el grupo de formación de la Vera Cruz será el encargado de organizar la misa de doce del día de la Inmaculada.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Corona de Adviento

Hemos comenzado el año litúrgico (ciclo B) y con él el tiempo de Adviento en el que nos preparamos para celebrar la encarnación del Verbo, el nacimiento de Jesús.

En las misas de este primer domingo de Adviento pudimos ver en el altar una corona con cuatro velas, que al comienzo de la misa fue bendecida y encendida una de sus velas.

Una corona como símbolo sobre las cabezas, ya sea vegetal o de ricos metales y piedras, expresa elevación y poder y es atributo de los que han triunfado. Pensemos por ejemplo en las coronas de los reyes y emperadores o en las coronas de los deportistas.

La corona de Adviento situada en el altar mayor de la parroquia está formada por un círculo de hojas verdes perennes y lleva insertadas cuatro velas de diferentes colores: verde, morada, blanca y roja.

Cada domingo de Adviento una vela nos va a recordar la cercanía de la Navidad.

El origen de las coronas de Adviento se remonta a las costumbres pre cristianas de los germanos, quienes en las noches frías de diciembre colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera, representando una rogativa al sol que regresará con su luz y calor.

La corona de Adviento es un ejemplo de la cristianización de la cultura. Lo viejo ahora toma un nuevo y pleno contenido en Cristo. Cristo vino para hacer todas las cosas nuevas (Ap. 21, 5).

Los cristianos supieron apreciar la enseñanza de Jesús: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Jn 8, 12). 

Nosotros, unidos a Jesús, también somos luz: “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña” (Mt 5, 14).

En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes usaban la corona con velas para celebrar el Adviento. Jesús es la luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria, y las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo.

Las ramas con hojas verdes perennes recuerdan que Jesús es la vida eterna. Cristo está vivo entre nosotros.

Y el círculo, como figura geométrica perfecta, significa que Dios no tiene principio ni fin. Representa la unidad y eternidad de Dios.

En este primer domingo de Adviento fue bendecida la corona y se encendió la primera vela, la verde. 

En el segundo domingo, se encenderán dos velas: la verde y la morada. 

El tercer domingo de Adviento, las velas verde, morada y blanca. 

Y en la cuarta semana se encenderán ya todas las velas: verde, morada, blanca y roja.
 

domingo, 29 de noviembre de 2009

Homilía del Papa al inicio del Adviento 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Con esta celebración vespertina entramos en el tiempo litúrgico de Adviento. En la lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo nos invita a preparar la «Venida de nuestro Señor Jesucristo» (5,23), conservándonos irreprochables, con la gracia de Dios. Pablo utiliza la palabra ‘venida’ - en latín ‘adventus’ – de la que proviene ‘Adviento’.

Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra que puede traducirse con ‘presencia’, ‘llegada’, ‘venida
. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico empleado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con potencia, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra ‘adviento’ para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, entrado a esta pobre ‘provincia’, denominada tierra para visitar a todos; en la fiesta de su adviento hace que participen cuantos creen en Él, cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir sustancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podamos ver y tocar, como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples formas.

El significado de la expresión ‘adviento’ comprende, por lo tanto, también el de ‘visitatio’, que quiere decir simple y propiamente ‘visita’. En este caso, se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos experimentamos, en la existencia cotidiana, tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba siendo absorbidos por el ‘quehacer’. ¿Acaso no es verdad que, a menudo, es precisamente la actividad la que nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es verdad que se dedica mucho tiempo a la diversión y a varios tipos de distracciones? A veces las cosas nos “atropellan”. El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos en silencio para percibir una presencia. Es una invitación a comprender que cada una de las vivencias del día son señales que Dios nos dirige, signos de la atención que tiene para con cada uno de nosotros ¡Cuán a menudo Dios nos hace percibir algo de su amor! Mantener, por decir así, un “diario interior” de este amor sería una tarea bella y saludable para nuestra vida! El Adviento nos invita e impulsa a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en el que Él puede venir a nosotros y acercarse a nosotros, en toda situación?

Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, espera que es, al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a comprender el sentido del tiempo y de la historia como “kairós”, como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ha explicado esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y de la cosecha. El hombre, en su vida, está en espera constante: cuando es niño quiere crecer; siendo adulto tiende a la realización y al éxito y, avanzando en la edad, anhela el merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de su profesión o de su posición social, no le queda nada más por esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz.

Pero hay formas muy distintas de esperar. Si el tiempo no se llena con un presente que tenga sentido, la espera corre el riesgo de volverse insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada - es decir si el presente se queda vacío – cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro queda totalmente en la incertidumbre. Sin embargo, cuando el tiempo está dotado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y válido, entonces la alegría de la espera hace que el presente sea más precioso.

Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente donde ya nos llegan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro cargado de esperanza. El Adviento cristiano se vuelve, de este modo, ocasión para volver a despertar en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante largos siglos y nacido en la pobreza de Belén. Viniendo entre nosotros, nos ha brindado y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en las vivencias de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia aspecto, según esté Él detrás de ella, o si queda ensombrecida por la niebla de un origen incierto o de un futuro incierto futuro. Por parte nuestra, también nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, nuestra impaciencia, las preguntas que brotan de nuestro corazón ¡Estemos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, ya no existe ningún tiempo sin sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando, aún cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, aún cuando el presente se vuelve fatigoso.

Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, en especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede cancelar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido donado el Niño Jesús. Que Ella, fiel discípula de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos en la espera ¡Amén!