lunes, 30 de marzo de 2009

Oración para la Estación de Penitencia

Por su interés, reproducimos a continuación la oración que ha publicado la Delegación Diocesana de Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis de Sevilla, recomendada para el inicio de la estación de penitencia.

ORACIÓN PARA INICIAR LA ESTACIÓN DE PENITENCIA

El Director Espiritual, o un Delegado suyo, ruega a todos los hermanos que hagan la Señal de la Cruz.

+ En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El Hermano Mayor o un delegado suyo lee:

Queridos Hermanos:
En estos momentos nos disponemos a realizar nuestra Estación de Penitencia. Todos, unidos en Hermandad, daremos público testimonio de nuestra fe en Jesucristo y de nuestra pertenencia a la Iglesia Católica.
Nuestras hermandades y cofradías siempre han defendido el don de la vida y así lo ratificamos de manera permanente en nuestros actos y cultos.
Hoy, nuestra Hermandad, antes de iniciar la Estación de Penitencia, quiere expresar, una vez más, nuestra más firme y decidida declaración en defensa de la vida desde el mismo momento de la concepción y hasta la muerte natural. Y todo ello, ante los ataques que desde muchos frentes venimos sufriendo en este sentido en los momentos actuales y ante las anunciadas perspectivas de su desmesurado agravamiento por medio de proyectos que aspiran a tener carácter de normas legales de inaceptable contenido y que explícitamente rechazamos.
Ofrezcamos, en este Año del Señor 2009, la Estación de Penitencia como testimonio de apoyo y defensa del don de la vida y como rechazo de toda práctica que atente contra la dignidad de la vida de las personas.

El Director Espiritual, o un Delegado suyo, invita a pedir perdón por los pecados.

Todos

Yo confieso ante Dios Padre todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

El Director Espiritual o un delegado suyo, proclama la Palabra de Dios:

Del Evangelio según San Lucas Lc 1, 39-45

María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá".

Palabra del Señor

Todos responden

Gloria a ti, Señor Jesús.

El Director Espiritual o un delegado suyo, invita a la oración de las preces.

Preces (puede hacerla el hermano mayor o un miembro de la junta de gobierno).

1. Por el Santo Padre el Papa Benedicto XVI, sucesor de San Pedro, para que el Señor le ayude a guiar a la Iglesia en la defensa del don de la vida. Roguemos al Señor.

2. Por nuestros Pastores, el Cardenal Arzobispo Carlos y el Arzobispo Coadjutor Juan José, sucesores de los Apóstoles, para que a través de ellos, la Palabra de Vida sea difundida y glorificada en nuestra Archidiócesis, y en su ministerio promuevan las acciones de evangelización que nuestras hermandades y cofradías necesitan, para ser auténticas escuelas de amor y aprecio por el don de la vida de todo ser humano. Roguemos al Señor.

3. Para que los cristianos nunca nos desanimemos en la defensa del don de la vida desde su concepción hasta su término natural, las familias transmitan con firmeza y amor el Evangelio de la vida, los gobernantes protejan eficazmente este derecho fundamental, y la humanidad entera logre desterrar los fermentos del egoísmo y de la muerte. Roguemos al Señor.

4. Por todas las personas que sufren las consecuencias de la actual situación de crisis económica y crisis de valores. Para que superando las dificultades de los tiempos y de los hombres, y guiados por la fe, no pierdan la esperanza de un futuro más justo y próspero para todos. Roguemos al Señor.

5. Por los frutos de nuestra Estación de Penitencia. Roguemos al Señor.

El Director Espiritual o un delegado suyo, invita a la oración del Padrenuestro.

Padre Nuestro...

Un hermano reza la siguiente oración

María, Madre nuestra,
tú que recibiste a Jesucristo,
Luz y Vida para el mundo,
guía por el camino de la vida
a las madres que han concebido un hijo;
enséñanos a querer a los ancianos,
y a cuidar con amor a los enfermos.
Madre de la Vida y del Amor Hermoso,

ruega por nosotros.

Si se encuentra el Director Espiritual, o un sacerdote, hace la siguiente oración.

Oremos.
Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas,
escucha nuestras súplicas confiadas
y concédenos a nosotros,
creados a tu imagen y semejanza,
anunciar con fidelidad el Evangelio de la vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.

El Director Espiritual, u otro sacerdote, imparte la Bendición a los hermanos.

domingo, 29 de marzo de 2009

Enhorabuena, pregonero

Máximo López ha pronunciado en la mañana del Domingo de Pasión un extraordinario pregón con momentos muy emotivos de altísimo nivel literario. Desde su inicio caló profundamente entre el público que abarrotaba la Parroquia de San Eutropio, que en numerosas ocasiones irrumpió en atronadores aplausos.

Tuvo presentes a quienes le precedieron pregonando nuestra Semana Mayor, dedicó hermosas palabras a los costaleros de Paradas, tiró de anecdotario recordando su infancia como monaguillo en la Parroquia y, tras retraerse a los orígenes de la Semana Santa de Paradas con la Primitiva Hermandad de la Vera Cruz, dedicó también hermosísismos versos a Jesús Cautivo y a la Virgen del Mayor Dolor, a Jesús Nazareno y la Virgen de Dolores, de quien tan devota era su madre, y a la Hermandad del Santo Entierro, sin olvidar su devoción a María Auxiliadora.

Sin duda pasará a la historia de los pregones por su belleza.



¡Enhorabuena, pregonero!

sábado, 28 de marzo de 2009

Comunicado del Consejo de HH. y CC. de Paradas

El Consejo Local de HH. y CC. de Paradas ha emitido un comunicado pronunciándose a favor de la vida. Desde este blog, no sólo felicitamos tal decisión, sino que nos adherimos plenamente a su contenido.

COMUNICADO DEL CONSEJO LOCAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS DE PENITENCIA DE LA VILLA DE PARADAS A FAVOR DE LA VIDA

El Consejo Local de Hermandades y Cofradías de Penitencia de la Villa de Paradas (Sevilla) reunido en Asamblea General Extraordinaria, presidida por el Señor Cura Párroco, Don Andrés Ybarra Satrústegui, como creyentes en Dios y como miembros activos de la Santa Iglesia Católica, ha acordado por aclamación hacer oficial y pública, por medio de este comunicado, su defensa a ultranza de la vida humana desde el momento de su concepción, debiéndose respetar y proteger su integridad, hasta su muerte natural, así como su rechazo más absoluto a las teorías o normas jurídicas que puedan propugnar lo contrario. De igual forma defendemos el derecho inalienable a la objeción de conciencia, que debe asistir a todo profesional de la medicina que, en el ejercicio de su profesión, se opone a toda práctica que no suponga defender y promover el valor sagrado de la vida y dignidad humanas.

Asimismo el Consejo Local de Paradas queda a total disposición de la Parroquia de Paradas para lo que ésta necesite y contraemos compromiso expreso de trabajar en la formación y la información permanente del Derecho a la Vida.

En Paradas, a 24 de Marzo de 2.009

El Señor Cura Párroco, los Hermanos Mayores y la Junta Superior del Consejo Local de Hermandades y Cofradías de Penitencia de la Villa de Paradas.

jueves, 26 de marzo de 2009

El camino de la misericordia

Reflexión:

El hombre piensa y actúa creyendo que se basta y sobra a sí mismo. No tiene necesidad de Dios. Las consecuencias no pueden ser más nefastas: autosuficiencia y arrogancia, ambición y vanagloria, utilización egoísta del poder... El pecado es la mala voluntad del hombre libre que se empeña en volver las espaldas a Dios. Quien hace mal a los ojos de Dios cae en la injusticia y el desprecio a los demás.

El pecado es como un cáncer invisible que va matando lo mejor que puede haber en la persona: la capacidad de respetar y querer a sus semejantes. El pecado hunde en la inmensa tristeza de haber caído en la peor de las corrupciones: la de uno mismo. Ha perdido su propia identidad como persona y, por supuesto, como cristiano. Pero en el camino del retorno siempre está abierta la puerta de la misericordia.

Cardenal Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla

miércoles, 25 de marzo de 2009

Bienvenido a tu casa

Intereante vídeo al que merece la pena dedicar un par de minutos:

http://www.youtube.com/watch?v=0YR25u3LfpA

En inglés, con los siguientes subtítulos en castellano:

Nuestra familia se compone de todas las razas,

Somos jóvenes y ancianos, ricos y pobres, hombres y mujeres, pecadores y santos.
Nuestra familia se ha extendido a lo largo de los siglos y por todo el mundo.
Por gracia de Dios, construimos hospitales para cuidar a los enfermos.
Establecimos orfanatos y ayudamos a los pobres.
Somos la organización caritativa más grande del mundo,
trayendo socorro y alivio a los necesitados.
Educamos a más niños pequeños que cualquier otra institución educativa o religiosa.
Desarrollamos el método científico y las leyes de evidencia.
Fundamos el sistema universitario.
Defendemos la dignidad de toda vida humana y custodiamos el matrimonio y la familia.
Ciudades recibieron los nombres de nuestros santos venerados que recorrieron el camino de santidad que tenemos ante nosotros.
Guiados por el Espíritu Santo, compilamos la Biblia.
Somos transformados por la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, que nos han guiado constantemente durante dos mil años.
Somos la Iglesia Católica.
Con más de mil millones en nuestra familia compartiendo los sacramentos y la plenitud de la fe cristiana.
Durante siglos hemos rezado por ti y por todo el mundo, cada hora, cada día, cuando celebramos la Misa.
Jesús mismo sentó la bases de nuestra fe cuando dijo a Pedro, el primer Papa: "tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
Durante más de dos mil años hemos tenido una lista ininterrumpida de pastores guiando a la Iglesia Católica con amor y la verdad, en un mundo confuso y doloroso.
Y en este mundo lleno de caos, dificultades y dolor, es tranquilizador saber que algunas cosas siguen siendo coherentes, verdades y fuertes: nuestra fe católica y el eterno amor que Dios tiene para toda la creación.
Si has estado alejado de la Iglesia Católica te invitamos a una nueva mirada...
Nuestra familia es una sola, unida en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

Somos católicos.

Bienvenido a tu casa.

domingo, 22 de marzo de 2009

Bendito el fruto de tu vientre







María, Madre nuestra,
tú que recibiste a Jesucristo,
Luz y Vida para el mundo,
guía por el camino de la vida
a las madres que han concebido un hijo;
enséñanos a querer a los ancianos
y a cuidar con amor a los enfermos.

Madre de la Vida y del Amor Hermoso,
ruega por nosotros.


sábado, 21 de marzo de 2009

Protege mi vida


Se anuncian cambios legales que, de salir adelante, darán lugar a una situación en la que quienes van a nacer quedarán todavía más desprotegidos que con la actual legislación. Al mismo tiempo, parece que la aceptación social del aborto va en aumento.

En este contexto, la Conferencia Episcopal Española ha puesto en marcha una campaña de comunicación en la que se distribuirán los materiales habituales que se elaboran cada año con motivo de la Jornada por la Vida y además, de forma excepcional, se insertarán los carteles en vallas publicitarias y se distribuirán dípticos explicativos.

La campaña tiene como protagonistas a un ser humano y a un lince. En nuestra sociedad cada vez es mayor la sensibilidad sobre la necesidad de proteger los embriones de distintas especies animales; las leyes tutelan la vida de esas especies en sus primeras fases de desarrollo. Está bien que así sea, sin embargo, resulta paradójico que la vida de la persona humana que va a nacer sea objeto de una desprotección cada vez mayor. Por eso, en los anuncios aparece la pregunta: ¿Y yo?, entre el niño ya nacido y una serie de imágenes en las que se muestran los diferentes estadios de la vida humana en gestación. Se trata de dar voz a quienes no la tienen, pero sí tienen el derecho a vivir.

Estas iniciativas se unen al Año de Oración por la Vida que está en marcha desde el pasado mes de enero.

jueves, 19 de marzo de 2009

El Puente

Interesante vídeo, titulado El Puente, que lleva a la reflexión...

"Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Evangelio según San Juan, 3, 16)

http://www.viddler.com/explore/jesucristotv/videos/1/

P.D.: 19 de marzo, festividad del Patriarca San José. Felicidades a todos los padres y a cuantos celebran hoy el día de su onomástica.






martes, 17 de marzo de 2009

Apóstol por gracia de Dios


El próximo jueves 19 de marzo, festividad de San José (día de precepto), la mayoría de las diócesis españolas celebran el Día del Seminario. Nuestra sociedad necesita de jóvenes que sepan escuchar y aceptar la llamada de Cristo. Así nos lo transmite nuestro Cardenal Arzobispo, fray Carlos Amigo, en la carta pastoral que con tal motivo nos ofrece.

Elevemos oraciones a Dios Nuestro Señor, para que todos, especialmente los más jóvenes, estén alertas y dispuestos a aceptar la llamada de Cristo.

APÓSTOL POR LA GRACIA DE DIOS

Carta Pastoral Día del Seminario (19/03/2009)

La forma de llegar a la meta puede ser distinta, pero el llamamiento siempre proviene de la misma voz: Jesucristo.

Ayer fueron los apóstoles, el joven acomodado que buscaba el verdadero camino de su vida, y el apóstol Pablo, que de perseguidor fue llamado a ser un incansable ministro del Evangelio.

Ahora, nos encontramos con situaciones muy parecidas. Cristo y la Iglesia necesitan apóstoles, evangelizadores, sacerdotes, y el Señor va entrando en el corazón de muchos jóvenes para decirles: ¡ven y sígueme!

Como el del Evangelio, nos encontramos con jóvenes que tienen encima una serie de hipotecas que les cuesta trabajo dejar: su libertad, condicionada tantas veces por el capricho y el egoísmo. La comodidad que les hace esclavos del estado de ánimo; el miedo a un compromiso serio y para siempre.

Hay no pocos jóvenes que están llenos de prejuicios, de recelos y hasta con antipatía por todo lo que se relaciona con la Iglesia. También a San Pablo le llegó el momento en el que se le abrieron los ojos. Y lo vio de una manera más real y distinta.

Importancia de la Palabra

Suelen quejarse, especialmente los jóvenes, de no tener las cosas claras, muchas ambigüedades, interrogantes, conductas difíciles de comprender...

Sin duda, habrá que buscar la orientación y la luz, pero en la fuente auténtica del conocimiento que es la Palabra de Dios. Acercarse a ella, reflexionar, hacerla propia y tenerla como norma de vida.

Entonces cambia todo. Ya se sabe qué camino hay que tomar, qué deseos y aspiraciones son los que se quieren alcanzar, qué ayuda es la que se nos debe prestar.

Cristo es quien llama. No podía ser de otra manera: Él ha fundado la Iglesia y necesita servidores para que pueda llevar a cabo su obra evangelizadora. Es decir, anunciar el Evangelio y servir a todos en la caridad, particularmente a los enfermos y a los pobres. Las formas de hacerlo serán distintas, pues si son muchas las necesidades, variados han de ser los ministerios.

El camino del apóstol

Cuando a un joven le propone su misma conciencia, ayudada por algunas personas - sacerdote cercano, catequista, amigo - la posibilidad de iniciar el camino de la preparación para ser sacerdote, para hacerse "seminarista", surge más la perplejidad que el rechazo: ¿Por qué a mí? ¡Porque Cristo te necesita! Si no te quisiera como servidor de su Iglesia, no habría puesto ni ese deseo en tu corazón, ni a esa persona en tu camino.

Puede costar, y mucho, tomar una decisión tan importante. No estás solo. Dios te acompaña. A tu debilidad, Él pone su bondad y su fuerza.

El seminarista lleva una vida entregada, por completo, a prepararse para realizar la vocación sacerdotal a la que ha sido llamado. Lo cual, ya desde un punto de vista meramente humano, es algo importante y que produce una felicidad serena y alegre: ¡Sé lo que quiero y estoy trabajando por conseguirlo! Dios y las personas que están cerca te ayudarán para alcanzar la meta, que no solamente es la de ser sacerdote, sino la de servir, como Cristo, a la Iglesia y a la sociedad.

Como es fácil de comprender, una vida llevada de esta manera conduce a una felicidad peculiar: la de la santidad. Es decir: estar siempre pendiente de la voluntad y el querer de Dios. Se terminaron las dudas, las ambigüedades y el desconcierto. Ya sé lo que deseo: lo que Dios quiera de mí.

El Seminario

El Seminario es, ante todo, casa de oración, donde se busca, en la Palabra de Dios, la luz y la fortaleza que necesitan los que han sido elegidos y llamados para ser sacerdotes. El estudio es fundamental para conocer la "ciencia de Dios" y poder transmitírsela a los demás. Pero también, el Seminario es una escuela donde se aprende, en la convivencia de cada día, el mandamiento nuevo del amor fraterno, del servicio a los demás, de la caridad sin límites ni fronteras.

Que necesitamos la colaboración y la ayuda de todos, es más que evidente. El reconocimiento y apoyo a los formadores, acompañar y animar a los seminaristas... Y la ayuda económica, imprescindible para que se pueda llevar adelante una obra tan necesaria como es la del Seminario.

Ante todo, lo que os pedimos es que no dejéis un solo día de dar gracias a Dios por los sacerdotes, y por los que se preparan para serlo. Que pidáis abundancia de vocaciones y que el Señor abra los oídos para escuchar la voz de la conciencia que llama a una vocación sacerdotal. Para los seminaristas, el regalo de la perseverancia y de la santidad.

Que la Santa Virgen María cuide siempre de los que su Hijo ha llamado para servirnos a todos.

Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Arzobispo de Sevilla




domingo, 15 de marzo de 2009

Mensaje Cuaresma 2009

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma de 2009




"Jesús, después de hacer un ayuno
durante cuarenta días y cuarenta noches,
al fin sintió hambre"
(Mt 4,2)




¡Queridos hermanos y hermanas!





Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.





En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.





La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).





En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica
Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos” (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).





La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.





Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc.
Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.





Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: “Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.





Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc.
Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.





Vaticano, 11 de diciembre de 2008
BENEDICTUS PP. XVI


Hermandades y aborto

Por su interés, reproducimos este artículo de opinión de Francisco J. Contreras, publicado en ABC de Sevilla el pasado jueves 12 de marzo:



Soy uno de los «sevillanos nuevos» que, no habiendo respirado en la infancia las tradiciones cofrades, permanecemos exiliados de ese mundo tan peculiar. Soy católico, pero no pertenezco a ninguna hermandad. Mi mirada sobre ellas es la de un foráneo; en cuanto tal, llegué casi a compartir en cierto tiempo el «anticofradismo vulgar» (Carlos Colón) tan frecuente en los no iniciados (ya se sabe, la visión de las hermandades como un microcosmos rancio, donde se cultiva una vivencia religiosa ritualista, sentimental… cuando no exclusivamente esteticista y pagana). Más tarde, el testimonio de algunos amigos me hizo entender que las cofradías pueden ser también el lugar de la profundización seria en la fe y de la práctica abnegada de la caridad (a través de sus admirables «obras sociales»: por cierto, la ayuda a las embarazadas en apuros económicos empieza a formar parte de ellas). Comprendí también que, para mucha gente, las cofradías eran, en una sociedad devastadoramente secularizada, un último y precioso cordón umbilical con lo trascendente.




Acostumbrado a no esperar de ese ambiente otras noticias que las relativas a pregones y trifulcas sobre la carrera oficial, me pareció estar soñando cuando ABC informó en días pasados que la Hermandad del Silencio «obligará a sus miembros a manifestarse en contra del aborto», que se planea convocar un pleno del Consejo de Cofradías para tomar postura oficial en contra del proyecto gubernamental de «ley de plazos»… Lo increíble estaba ocurriendo: las venerables corporaciones —tan importantes en la ciudad— saltaban del siglo XVII al XXI; reviviendo sus mejores días —cuando fueron pioneras en la proclamación del dogma inmaculista— irrumpían gallardamente en el debate político-moral más importante de nuestro tiempo. Un hilo misterioso vincula quizás ambas batallas: de la defensa de la Inmaculada Concepción de María… a la defensa de la concepción tout court. «Todo el mundo en general, a voces, Reina escogida, diga»… que hay vida independiente desde la concepción; que la dignidad humana no depende del tamaño, de la autonomía ni del grado de desarrollo del sujeto; que aquel Estado «que se arroga el derecho de disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos […] se transforma en Estado tirano» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 20).



Como siempre, no faltarán voces timoratas que rezonguen que «no es ésa la función de las Hermandades», que «la Iglesia no debe meterse en política», que «en las cofradías debe haber sitio para todos»… Durante décadas, muchos han ponderado la capacidad de acogida transideológica de las hermandades sevillanas: el espectáculo del militante comunista que ceñía la trabajadera, para volver después al despacho laboralista, no dejaba de resultar antropológicamente sabroso (Don Camilo y Peppone hermanados unas horas tras un palio). Pero, desde el momento en que la izquierda —probablemente como compensación al abandono de su programa clásico (abolición del capitalismo, etc.)— se reinventa cada vez más como ingeniería social anticristiana («nuevos modelos de familia», abortismo, ideología de género, etc.), la neutralidad ideológica de las hermandades deja de aparecer como un rasgo de simpática tolerancia, para convertirse en inquietante síntoma de vacuidad. Si alguien puede sin mayores problemas participar de los ritos cofrades y a continuación salir corriendo a votar a favor del aborto libre o la eutanasia… la pertenencia a esa cofradía no significa nada. La izquierda clásica podía caber en la Iglesia; la postizquierda progre —empeñada en revolucionar las costumbres (siempre en un sentido anticristiano) tras haber fracasado en revolucionar las estructuras económicas— no.



En cuanto a que «no es función de las hermandades» mezclarse en tales batallas… Ciertamente, el derecho del nasciturus puede ser defendido desde premisas racionales no confesionales: que la vida comienza en la concepción es una verdad científica, no un dogma de fe; que las diferencias entre un embrión de pocas semanas y un bebé recién nacido se refieren a circunstancias contingentes (tamaño, «visibilidad», grado de maduración, etc.) carentes de relevancia moral es una verdad lógica comprensible por cualquiera no empeñado en autoengañarse. Pero, por desgracia, la Iglesia ha llegado a encontrarse virtualmente sola en la defensa de los más pequeños. Una sociedad en vías de barbarización ha decidido tratar a los engorrosos nascituri como «material biológico» eliminable a voluntad; sólo la Iglesia mantiene alzado el estandarte del donum vitae. Si ella no lo hace, nadie más lo hará.



Se está más calentito dentro de las sacristías… pero ha llegado la hora de salir a la calle y mojarse. Y, claro, caeremos antipáticos, nos llamarán «intolerantes» («si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros», Jn. 15, 20). Será más improbable que Don Camilo y Peppone sigan compartiendo sudores bajo la trabajadera. Pero, si ser católico significa algo más que una emoción estética o la adhesión inercial a unos ritos vacíos, no queda otra opción: «estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, […] la “cultura de la muerte” y la “cultura de la vida”. Estamos no sólo “ante”, sino necesariamente “en medio de” este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida» (Evangelium vitae, 28).




Francisco J. Contreras. Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla

Oh, Santa Vera Cruz de Cristo...

¡Oh, Santa Vera Cruz de Cristo,
Señal Insigne de nuestra redención,
árbol fielisimo y luminar de la religión sacrosanta,

que milagrosamente te mostraste a Santa Elena y,
enhiesta en el monte Calvario,

eres luz y guía de todos los hombres
y fin de nuestros más caros anhelos!
Cargada sobres los divinos hombros de Jesús,
enséñanos a llevar nuestros trabajos y aflicciones.
Doblando su sagrado cuerpo sobre las piedras
de la calle de la Amargura,
ayúdanos a levantarnos de la postración del pecado.

Recibiendo sus desnudas y maceradas carnes y
empapada en su sangres preciosísima,
haz que en la hora de la muerte,
abrazados a tan excelsa figura,
depositemos nuestro último aliento corporal
en el sagrado leño y seamos llevados
a la presencia de Aquel que,
muerto por nosotros, se muestra en el cielo
resucitado y glorioso
Jesucristo Nuestro Señor.