martes, 28 de abril de 2009

30 de abril, día de San Eutropio


En Paradas celebramos la fiesta de nuestro patrón San Eutropio el 15 de julio, fecha de la confirmación pontificia del patronato de San Eutropio sobre la Villa de Paradas, de la que el año pasado se cumplió el 250 aniversario (15 de julio de 1758). Sin embargo, la Iglesia Católica celebra su fiesta el 30 de abril.

San Eutropio representa, sin duda, una seña de identidad para todos los paradeños, siendo un honor tener como Patrón a un santo tan singular.

Ilustra estas líneas una imagen de un cuadro de San Eutropio de una parroquia que tiene dedicada en la diócesis de Brujas (Bélgica), cuyo origen se remonta a los peregrinos que hacían el camino de Santiago y que a su paso por Saintes se encomendaban al Santo. El obispo San Eutropio aparece representado con los atributos propios de su rango eclesiástico (mitra, báculo y cruz pectoral), con capa pluvial y, a sus pies, una espada como símbolo de su martirio.

Paradeños, ¡v
iva San Eutropio!


jueves, 23 de abril de 2009

Historia de un milagro y una primera Comunión

El domingo pasado comenzaron a celebrarse este año en nuestra Parroquia de San Eutropio las primeras Comuniones. A este respecto, referimos una historia, en la que los nombres son ficticios, de un "sí" un tanto misterioso, de una caricia de Dios.

María estaba a punto de recibir su primera Comunión, pero se sentía triste: su bisabuela, Ana, estaba enferma y no podía ir a la Iglesia. El párroco le preguntó a la madre de María si podía ir a su casa para visitar a la bisabuela y llevarle la Comunión. "¡Uy, no te molestes! La bisabuela odia todo lo que tenga que ver con la iglesia y cuando María empezó la catequesis de comunión hace unos años ella no quería que la niña la hiciera. Además, desde hace una semana, ha perdido la cabeza". Ante esas palabras, el párroco no se acercó a la casa.

Dos semanas después de la primera Comunión de María, su madre llamó a la parroquia y habló con el sacerdote: "Desde hace una semana la bisabuela no para de decir que quiere ver a Don Enrique y cuando le preguntamos que si quería ver a Don Enrique el cura ella dijo que sí, que a Don Enrique el cura".

Cuando el párroco llegó a la casa, la bisabuela había recuperado la cabeza, se quedó a solas un rato con ella, confesó y comulgó. Poco después de marcharse el cura, la abuela volvió a desvariar y, poco días después, falleció y partió en busca del Señor.

La historia narrada es un paso más de lo que con frecuencia sucede entre padres y madres alejados de la iglesia cuando sus hijos van a recibir la primera Comunión. Algunos llevan años sin confesarse y con ocasión de la celebración del sacramento vuelven a la parroquia. No es extraño verles emocionados al volverse a reconciliar con Dios cuando se confiesan antes de la primera Comunión de sus hijos, al abrir sus almas y ventilar aquello que llevaba tanto tiempo cerrado.

Emoción de alegría al recibir el abrazo de Dios nuestro Padre que siempre ha estado esperándoles. Alegría al descubrir que realmente son queridos por Dios.

martes, 21 de abril de 2009

Conferencia en defensa de la vida



Con el título "Mujer, primera víctima de su propio aborto", el Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla, con el patrocinio de la Fundación Juan Moya, organiza la citada conferencia en defensa de la vida a cargo de la prestigiosa escritora Dña. María Vallejo Nágera.

La presentación estará a cargo del periodista D. José Antonio Rodríguez Benítez, popular colaborador del programa de televisión Pasión en Sevilla, dedicado a la Semana Santa en Sevilla TV.

Fecha: Miércoles 22 de abril, a las 20 horas.
Lugar: Colegio de las Esclavas (salón de actos),
c/ Jesús de la Vera Cruz, 14. Sevilla.
Asistencia libre.

Este acto se enmarca en el ámbito de actividades a organizar por el Consejo de HH. y CC. de Sevilla como propuesta de formación e información del Derecho a la Vida, según el acuerdo de la Asamblea General de Hermanos Mayores celebrada en el pasado 21 de marzo.

viernes, 17 de abril de 2009

La fe de los cristinanos es la resurrección de Cristo


A las mujeres que acudieron al sepulcro, la mañana de Pascua, el ángel les dijo: «No temáis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado!».

Pero, ¿verdaderamente ha resucitado Jesús? ¿Qué garantías tenemos de que se trata de un hecho realmente acontecido, y no de una invención o de una sugestión?

San Pablo, escribiendo a la distancia de no más de veinticinco años de los hechos, cita a todas las personas que le vieron después de su resurrección, la mayoría de las cuales aún vivía (1 Co 15,8). ¿De qué hecho de la antigüedad tenemos testimonios tan fuertes como de éste?

Pero para convencernos de la verdad del hecho existe también una observación general. En el momento de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron; su caso se da por cerrado: «Esperábamos que fuera él...», dicen los discípulos de Emaús. Evidentemente, ya no lo esperan. Y he aquí que, de improviso, vemos a estos mismos hombres proclamar unánimes que Jesús está vivo; afrontar, por este testimonio, procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el martirio y la muerte. ¿Qué ha podido determinar un cambio tan radical, más que la certeza de que Él verdaderamente había resucitado?

No pueden estar engañados, porque han hablado y comido con El después de su resurrección; y además eran hombres prácticos, ajenos a exaltarse fácilmente. Ellos mismos dudan de primeras y oponen no poca resistencia a creer. Ni siquiera pueden haber engañado a los demás, porque si Jesús no hubiera resucitado, los primeros en ser traicionados y salir perdiendo (¡la propia vida!) eran precisamente ellos. Sin el hecho de la resurrección, el nacimiento del cristianismo y de la Iglesia se convierte en un misterio aún más difícil de explicar que la resurrección misma.

Estos son algunos argumentos históricos, objetivos; pero la prueba más fuerte de que Cristo ha resucitado ¡es que está vivo! Vivo, no porque nosotros le mantengamos con vida hablando de Él, sino porque Él nos tiene en vida a nosotros, nos comunica el sentido de su presencia, nos hace esperar. «Toca a Cristo quien cree en Cristo», decía san Agustín, y los auténticos creyentes experimentan la verdad de esta afirmación.Los que no creen en la realidad de la resurrección siempre han planteado la hipótesis de que se haya tratado de fenómenos de autosugestión; los apóstoles creyeron ver. Pero esto, si fuera cierto, constituiría al final un milagro no inferior al que se quiere evitar admitir. Supone, en efecto, que personas distintas, en situaciones y lugares diferentes, tuvieron todas la misma alucinación. Las visiones imaginarias llegan habitualmente a quien las espera y las desea intensamente; pero los apóstoles, después de los sucesos del Viernes Santo, ya no esperaban nada.

La resurrección de Cristo es, para el universo espiritual, lo que fue para el universo físico, según una teoría moderna, el Big-bang inicial: tal explosión de energía como para imprimir al cosmos ese movimiento de expansión que prosigue todavía, miles de millones de años después. Quita a la Iglesia la fe en la resurrección y todo se detiene y se apaga, como cuando en una casa se va la luz. San Pablo escribió: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10,9).

«La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo», decía san Agustín. Todos creen que Jesús ha muerto, también los paganos y los agnósticos. Pero sólo los cristianos creen que también ha resucitado, y no se es cristiano si no se cree esto. Resucitándole de la muerte, es como si Dios confirmara la obra de Cristo, le imprimiera su sello. «Dios ha dado a todos los hombres una garantía sobre Jesús, al resucitarlo de entre los muertos» (Hechos 17,31).

P. Raniero Cantalamessa, Franciscano Capuchino

lunes, 13 de abril de 2009

¡Cristo ha resucitado! Llenémonos todos de esta gran alegría

¡Cristo ha Resucitado!, este es el título del mensaje que hoy, Lunes de Pascua, queremos hacer llegar y que nos ofrece Monseñor Alfonso Milián Sorribas, Obispo de Barbastro-Monzón.

¡Cristo ha Resucitado! y nosotros debemos resucitar con Él.

Feliz Pascua a todos.

Hoy es un día de gran alegría para todos los que creemos en Cristo Jesús: ¡Cristo ha resucitado! Así dice el ángel a María Magdalena y a la otra María cuando fueron a ver el sepulcro. No temáis, id aprisa a decir a los discípulos que ha resucitado de entre los muertos. Ellas, mujeres que han vencido el miedo de ir solas al sepulcro en la madrugada de aquel primer día de la semana, son las primeras en conocer la sorprendente y gratificante noticia de la resurrección de Jesús. En el camino, es el mismo Jesús quien les sale al encuentro y les dice: ¡alegraos!, ¡no tengáis miedo! Después de este encuentro, nada se les pone por delante. El miedo ha desaparecido y se ha fortalecido su fe. Y sabemos que la fe mueve montañas. La fe de estas mujeres se traduce en una inmensa alegría, un gozo que les empuja a anunciar esta buena noticia. Van corriendo a donde están los discípulos para hacerles partícipes de la desbordante alegría que ellas acaban de experimentar. No se la guardan, necesitan comunicarla. Así se transmiten las buenas noticias, con alegría.

En aquel tiempo y cultura resulta sorprendente que sean unas mujeres las primeras en ver al Resucitado, y sorprende todavía más que Jesús quiera que sean ellas las que anuncien su resurrección a los discípulos. En aquella cultura, el testimonio de la mujer no era válido ante un tribunal. Pero sí lo era para Jesús. Con este gesto, Cristo promueve ante sus contemporáneos la dignidad de la mujer. Su actitud provocó sorpresa e incluso escándalo, porque su comportamiento era diferente al de los israelitas de su tiempo. Sus mismos discípulos se sorprendieron cuando le vieron hablar a solas con la samaritana en el pozo de Jacob.

Luego, Jesús se aparecerá a sus discípulos y les cambiará el miedo en gozo, como hizo con las mujeres, y los enviará a comunicar su resurrección a todo el mundo. Ahí están también los discípulos de Emaús, que regresan a su casa desanimados, pensando que todo ha terminado y no ha sido más que una ilusión. Pero Jesús se acerca a ellos, les acompaña, se interesa por sus cavilaciones, los anima y al partir el pan les abre los ojos, y ellos le reconocen. ¿Qué hacen estos dos discípulos? Vuelven corriendo a Jerusalén a contar a los Once lo que les había ocurrido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Todos estos testigos se entregan en cuerpo y alma a comunicar que el Padre Dios ha resucitado a Jesús y lo ha constituido Mesías y Señor, venciendo la muerte más ignominiosa, la muerte en cruz. Nada se les pone por delante. Pablo nos describe las graves dificultades y peligros que ha tenido que superar: palizas, cárceles, los treinta y nueve golpes de rigor, los azotes, noches sin dormir, hambre y sed, muchos días sin comer, frío y desnudez, naufragios… Todo, para comunicar al mundo la mejor noticia: que Jesús, el que pasó haciendo el bien a todos y fue crucificado por los judíos, ha resucitado y vive.

A nosotros nos toca hoy transmitir esta experiencia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tan necesitados de la verdadera vida, la que nos trae el Resucitado. Que la alegría de la resurrección de Jesús llene nuestra vida. ¡Feliz Pascua!



Con mi afecto y bendición.



+ Alfonso Milián Sorribas

Obispo de Barbastro-Monzón

domingo, 12 de abril de 2009

Resucitó


Alégrate, Reina del Cielo; aleluya.
P
orque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
Ha resucitado, según predijo; aleluya.

Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya.
Porque ha resucitado Dios verdaderamente, aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que por la resurrección de tu Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo,
te has dignado dar la alegría al mundo,
concédenos que por su Madre, la Virgen María,
alcancemos el gozo de la vida eterna.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Amén

sábado, 4 de abril de 2009

Adoración de la Cruz: liturgia del Viernes Santo

El Viernes Santo es un día de intenso dolor. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros suscita sentimientos de dolor, compasión y de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.

La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva e incluso se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento.

La liturgia se divide en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.

Liturgia de la palabra.

La ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y el diácono se aproximan al altar en silencio, hacen una reverencia o bien, siguiendo el uso antiguo, se postran. Todos rezan en silencio durante unos segundos. A continuación el celebrante lee la oración colecta, y después todos se sientan para escuchar las lecturas.

La primera lectura (Is 52,13-53,12) nos presenta al "siervo paciente", figura profética en la cual la tradición cristiana y el mismo Nuevo Testamento han reconocido a Cristo. Cristo en su Pasión es, efectivamente, el "Varón de Dolores".

La segunda lectura (Heb 4,14-16; 5,7-9) nos presenta a Cristo en su función sacerdotal, reconciliando a los hombres con Dios por el sacrificio de su vida.

"Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan". Con esta sencilla introducción comienza la lectura del evangelio del Viernes Santo (Jn 18,1-19,42). San Juan ve la pasión con mayor profundidad que los otros evangelistas, a la luz de la resurrección. Su fe pascual transfigura cada detalle y cada episodio de esta última fase de la vida terrena del Salvador.

La Cruz en sí misma es un sacrificio cruel y bárbaro; pero, desde que Cristo redimió a los hombres en el leño de la cruz, ésta es objeto de veneración. Para San Juan, la cruz es una especie de trono. La cruz es descrita como una "exaltación", término que instantáneamente comunica la idea de ser elevado y glorificado. Es San Juan quien nos dice que Jesús llevó su propia cruz.

Jesús libremente se encamina hacia su ejecución; con perfecta libertad y completo conocimiento del significado de lo que acontece, sale al encuentro de su destino. El motivo es el amor. La cruz es la revelación suprema del amor de Dios.

Jesús aparece como rey, como juez y como salvador. Las burlas de los soldados y la coronación de espinas sirven para poner de manifiesto su realeza. En el acto mismo de su condena, es Jesús, no Pilato, quien aparece como juez; ante sus palabras y ante su cruz nos encontramos condenados o justificados. Finalmente, como salvador, Jesús reúne a su pueblo en unidad alrededor de su cruz. La Iglesia, representada en la túnica sin costura, queda formada. A María, su madre, le confiere una maternidad espiritual; queda constituida madre de todos los vivientes. Jesús desde la cruz entrega su espíritu, inaugurando así el período final de la salvación. De su costado brota sangre y agua, símbolos de salvación y del Espíritu que da vida. Cristo se muestra como el verdadero cordero pascual cuya sangre ya había salvado a los israelitas. Volverse a él con fe es salvarse.

Adoración de la Cruz.

El Viernes Santo no se ofrece el sacrificio eucarístico. La parte central de la misa, la plegaria eucarística, se omite. En su lugar tenemos la emotiva ceremonia de la adoración de la cruz. A ésta sigue la comunión.

La misma ausencia en este día de sacrificio eucarístico nos habla de la íntima relación entre el sacrificio del Calvario y la misa. Cristo murió de una vez para siempre por nuestros pecados. Su sacrificio es único y suficiente, pero el memorial de aquella muerte y sacrificio se celebra en todas las misas. En este día la mirada de la Iglesia está fija en el Calvario mismo, en donde Cristo inmoló su vida en expiación por nuestros pecados.

El rito de la adoración tiene dos fórmulas posibles. La primera consiste en un descubrimiento gradual de la cruz. El celebrante, de pie ante el altar, toma la cruz, descubre un poco de la parte superior y la eleva, diciendo o cantando: "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo". El pueblo responde: "Venid a adorarlo". Todos se arrodillan y veneran la cruz en silencio. Seguidamente el celebrante descubre el brazo derecho de la cruz y hace de nuevo la invitación a adorarlo. Por fin descubre la cruz totalmente, haciendo una tercera invitación, a la que sigue la tercera veneración.

La segunda fórmula consiste en una procesión con la cruz descubierta desde la puerta de la iglesia hasta el presbiterio. En el camino hacia el altar se hacen tres estaciones, la primera cerca de la entrada, la segunda en el medio de la iglesia y la tercera junto al presbiterio. En cada una de ellas el sacerdote o diácono que lleva la cruz se detiene, la eleva y canta o dice: "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo"; sigue la respuesta y adoración de la cruz: “Venid a adorarlo”. Se coloca luego la cruz junto al presbiterio en posición adecuada para que todos los fieles puedan acercarse y adorarla mediante una genuflexión o un beso.

Ya desde el siglo IV los cristianos de Jerusalén usaban el beso como acto de adoración a la cruz el viernes santo.

Mientras los fieles se acercan para adorar la cruz se cantan antífonas, himnos y otras composiciones adecuadas. Hay algunas muy antiguas que impresionan por su belleza y profundidad.

Luego vienen los famosos "improperios", llamados así porque en ellos Jesús reprocha a su pueblo su ingratitud. Él relata lo que ha hecho por su pueblo: lo sacó de Egipto, lo condujo a través del desierto, lo alimentó con el maná, hizo por él toda clase de portentos; en recompensa por todos esos favores, el pueblo lo trata con desprecio. La antítesis: "Yo te saqué de Egipto, tú preparaste una cruz para tu Salvador", es usada para dar efecto a toda la composición. Entre un improperio y otro tenemos el patético estribillo: "¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme".

El rito de comunión.

El altar está ahora cubierto por el mantel y se trae desde el Sagrario el copón con las hostias consagradas en los oficios del Jueves Santo.

La liturgia del Viernes Santo termina sin despedida ni canto final. El pueblo se retira en silencio.

El altar queda desnudo, el sagrario vacío, el presbiterio sin flores ni ornamentos de ninguna clase. Es el día en que la iglesia presenta un aspecto extremadamente austero. Nada distrae nuestra atención del altar y la cruz. La Iglesia permanece vigilante junto a la cruz del Señor.

viernes, 3 de abril de 2009

Viernes de Dolores: Stabat Mater Dolorosa...

Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia celebra la festividad de los Dolores de la Virgen el 15 de septiembre, un día después de la fiesta de Exaltación de la Santa Cruz (antes celebrada en el mes de mayo). Sin embargo, se acepta y sigue arraigado en nuestra tierra el Viernes de Dolores y son muchas las hermandades que finalizan sus cultos en honor a la Virgen con la liturgia propia de la festividad de los Dolores de la Virgen (no ya sólo en Sevilla, sino en numerosos pueblos de la provincia, como por ejemplo en nuestras vecinas localidades de Arahal y de Marchena).

En Paradas, históricamente fue un día grande, que ponía fin al solemne septenario que organizaba la Hermandad de los Dolores en honor de su titular, Nuestra Señora de los Dolores, imagen muy venerada en toda Paradas, que durante más de dos siglos procesionó con las hermandades de la Vera Cruz, de Jesús Nazareno y del Santo Entierro, acompañando a la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz hasta mitad de los años 60 del pasado siglo XX.

Hoy en día la festividad de los Dolores de la Virgen es celebrada en el mes de septiembre por la Hermandad de Jesús Cautivo, en honor de la Virgen del Mayor Dolor, y por la de Jesús Nazareno, en honor de la Virgen de los Dolores.

En la liturgia del día, al salmo responsorial le sigue el Stabat Mater, que, por su hermosura, reproducimos a continuación:

La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.

Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?

Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.

Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.

Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.


Ad maiorem Dei Gloriam et Beatae Mariae Virginis