Con la inminente llegada del Miércoles de Ceniza y su llamada a la oración, a la limosna y al ayuno, comienza una nueva Cuaresma que nos convoca a la conversión. Con tal motivo nuestro querido Arzobispo ha publicado la siguiente carta pastoral.
Queridos hermanos y hermanas:
Con la bendición e imposición de la ceniza comenzaremos el próximo miércoles el tiempo santo de Cuaresma, que nos prepara para celebrar el Misterio Pascual, la epopeya de nuestra Redención, misterio de amor y don de gracia inconmensurable, fruto de la amorosa iniciativa por la que Dios Padre envía a su Hijo al mundo para nuestra salvación. En el Misterio Pascual, Dios se inclina con benevolencia sobre nosotros para redimirnos y para hacernos, por medio del Espíritu, partícipes de su misma vida e introducirnos en su intimidad, haciéndonos miembros de su familia.
Los textos litúrgicos del Miércoles de Ceniza son un prólogo magnífico al tiempo santo que vamos a comenzar. En ellos, todos somos invitados a la conversión, que no es otra cosa que el cambio de mente, la vuelta de toda la persona, del hombre entero, a Dios. En la oración colecta con que iniciáremos la Eucaristía pediremos a Dios que nos "fortalezca con su auxilio para mantenernos en espíritu de conversión", mientras que el mismo Señor nos dirá por boca del profeta Joel: "convertíos a mí de todo corazón... rasgad los corazones, no las vestiduras". Efectivamente, nuestra conversión debe comenzar por el corazón.
No se trata de un cambio en el atuendo o de una transformación superficial o cosmética, sino de un cambio en profundidad de nuestros criterios y actitudes, abandonando nuestras cobardías, nuestra tibieza, nuestra somnolencia, nuestras pequeñas o grandes infidelidades, nuestra resistencia sorda a la gracia de Dios, nuestra instalación en una dorada mediocridad o en el aburguesamiento espiritual.
Para realizar esta tarea, que constituye el corazón de la Cuaresma, es imprescindible el desierto, la soledad y el silencio, para entrar con valentía en el hondón de nuestra alma, para conocer con humildad y verdad nuestra situación interior. La soledad y el silencio son, pues, actitudes básicas en estas semanas que nos preparan para vivir el Misterio Pascual. Actitud fundamental es también la oración y la escucha de la Palabra de Dios. En la oración reconocemos nuestras miserias, nos encomendamos a la piedad del Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, y le pedimos un corazón nuevo, que nos renueve por dentro con espíritu firme, que nos conceda experimentar la alegría de su salvación, que nos afiance con espíritu generoso en la amistad e intimidad con Él. La oración intensa, prolongada, humilde y confiada en el tiempo de Cuaresma y siempre, tonifica, refresca y rejuvenece nuestra vida y nos ayuda a ahondar en el espíritu de conversión.
Junto al desierto y la oración, los otros caminos de la Cuaresma son la limosna discreta y silenciosa, sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto, y que sale al paso del hermano pobre y necesitado. A la limosna hemos de unir la renovaciónde nuestra fraternidad. Desde la antigüedad la Cuaresma reclamaba el perdón de los enemigos y la reconciliación con quien hemos ofendido o de quien hemos recibido una ofensa.
El tiempo de Cuaresma es además un tiempo muy propicio para practicar las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. A nuestro alrededor hay mucho sufrimiento y dolor como consecuencia de la crisis económica.
Compartir nuestros bienes con los necesitados, visitar a los enfermos o a los encarcelados, romper la soledad de los ancianos que viven solos, compartiendo con ellos nuestro tiempo, nuestra alegría y nuestro afecto, son ejercicios propios de la Cuaresma que vamos a comenzar. En los enfermos, ancianos y privados de libertad nos espera el Señor, que se identifica especialmente con los más pobres de nuestros hermanos; y nadie es más pobre que aquel a quien le faltan las fuerzas y que en todo depende de los demás.
Actitud de Cuaresma es también el ayuno, que prepara el espíritu y lo hace más dócil y receptivo a la gracia de Dios; la mortificación voluntaria que nos une a la Pasión de Cristo; y la aceptación de las dificultades y los sufrimientos que la vida de cada día, la convivencia y nuestras propias limitaciones físicas o psicológicas nos deparan y que hemos de ofrecer al Señor como sacrificio de alabanza y como reparación por nuestros propios pecados y los pecados del mundo.
La liturgia del Miércoles de Ceniza nos va a invitar a convertirnos y a creer en el Evangelio. Con San Pablo, yo os invito, queridos hermanos y hermanas, a dejaros reconciliar con Dios, que está siempre dispuesto, como en el caso del hijo pródigo, a acogernos, a recibirnos, a abrazarnos y a restaurar en nosotros la condición filial. Tomaos muy en serio el tiempo de gracia y salvación que vamos a comenzar. No echéis en saco roto la gracia de Dios, que va a derramarse a raudales en esta nueva Pascua, en este nuevo paso del Señor junto a nosotros para el que nos prepara la Cuaresma.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Santa y fecunda Cuaresma para todos.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Fuente: Archisevilla Digital, nº 4