sábado, 30 de mayo de 2009

Pentecostés y el Rocío

Mañana domingo la Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, festividad universal mediante la cual se conmemora el descendimiento del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo.

Con tal motivo, damos traslado de la carta pastoral que en mayo de 2008 nos ofreció Monseñor Juan del Río (entonces Obispo de Jerez, hoy Arzobispo Castrense de España), en la que nos invita a reflexionar sobre el paralelismo del acontecimiento de la llegada del Espíritu Santo, que provocó admiración y burlas según relatan los Hechos de los Apósteles, y la situación que en esta fecha se vive alrededor de la Virgen del Rocío.

Rocío: acontecimiento y presencia

Cuando llega el domingo de Pentecostés la aldea almonteña del Rocío se convierte en uno de los escenarios mariano más universalmente conocidos. Hasta allí llegarán romeros y peregrinos procedentes de toda la geografía española, especialmente de Andalucía, y no faltará la presencia de devotos rocieros provenientes de otras partes del mundo. Estamos ante un hecho netamente cristiano, más en concreto católico, aquellos que participan desde las claves de la fe de la Iglesia son los que hacen un verdadero Rocío.

Ahora bien, el público congregado lo forma desde el católico practicante hasta el menos asiduo a los deberes cristianos, desde aquellos que dicen no querer saber nada de la Iglesia, hasta el escéptico o el ateo de moda. Unos dirán que van por amor y devoción a la Virgen, otros porque le interesan los eventos antropológicos y periodísticos, también estarán los apasionados del camino que todo lo quieren explicar desde las excelencias de la “madre naturaleza”, no faltarán los amantes del fin de semana y los que buscan siempre pasárselo bien que hablarán de la exuberancia festiva de esos días. Todos asisten al Rocío, pero eso no quiere decir que todos hagan el Rocío.

Poniendo nuestra mirada en el primer Pentecostés vemos que también se concentraron una masa de gente tan diversa como: “partos, medos, elamitas…judíos, cretenses y árabes... creyentes venidos de muchas naciones” (Hech 2,8ss). Todos se vieron sorprendidos por el acaecimiento de la venida del Espíritu Santo. Pero unos se admiraban “estupefactos y perplejos” y otros en cambio se burlaban de lo sucedido diciendo que los apóstoles “estaban borrachos” (Hech 2,12-13).

Eso que ocurrió al inicio del cristianismo sucede en cada conversión personal y en cada manifestación religiosa, para unos serán signo de la grandeza de Dios y otros pasaran del tema. Esa muchedumbre del “Pentecostés rociero” esta formada por personas con su historia de “gracia y pecado”, que poseen unos sentimientos determinados y anhelan algo que muchas veces no saben expresar. Cada una de ellas participa a su nivel de la celebración cristiana de María Esposa del Espíritu Santo y Madre de la Iglesia. Algunos estudiosos han gustado llamar al Rocío: “La Religión del Pueblo” (Mons. Rosendo Álvarez) o “La fe de la orla del manto” (J. Infante-Galan), en alusión al pasaje evangélico de Mateo 9,21.

Hermandades, romería, camino, ermita todo conduce a una presencia bienhechora: La Virgen del Rocío. Esa imagen bendita se nos presenta con su imponente mansedumbre y natural majestad, toda vestida de joyas, flores, brocados y oro que nos traslada a la descripción que hace el Salmo 44 de la escogida para las nupcias del Rey. Su vivo hieratismo da al icono un intenso y supremo valor religioso, poseyendo un cierto fulgor que asemeja a las más perfectas creaciones de la iconografía sacra del Oriente cristiano. Toda ella es un retablo para mostrarnos a Jesucristo, de esa manera revela un alto concepto teológico de la Virgen como sede de Dios. Si nos fijamos bien, en esta rica iconografía, se produce siempre una triple mirada: el cristiano rociero reza y contempla el rostro de “Santa María de las Rocinas”, ella con su dulce mirada baja, nos lleva al Divino Pastorcito y Él, mira con sonrisa salvadora a todo aquel que suplica por intercesión de su santa Madre.

El secreto del Rocío no es otro que la Virgen que con su presencia bendita transforma el acontecimiento sociológico de cada lunes de Pentecostés. Su rostro hermosísimo refleja la belleza de la redención de su Hijo que da sentido al vivir rociero de todo el año. ¿Quién descubre esto? Los sencillos de corazón, como nos dijo Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has dado a conocer a los sencillos” (Mt 11,25).




Mons. Juan del Rio Martín,
Arzobispo Castrense de España
Administrador Apostólico de Jerez de la Frontera