miércoles, 27 de mayo de 2009

Carta a mi hijo de pocas semanas

La Iglesia defiende la vida humana en todas sus fases de desarrollo, desde su concepción hasta su muerte natural. Recientemente hemos escuchado barbaridades tales como que un feto de trece semanas es un ser vivo, pero no un ser humano (¿de qué especio, si no?). A este respecto, tenemos a bien hacernos eco de la carta a su hijo de pocas semanas, de Ángel Pérez Guerra, que hoy publica ABC de Sevilla.

¿Recuerdas? Fue en Gerona, en el hospital de San Juan de Dios, un tenso domingo de julio (yo tenía treinta y tantos años). La señal de alarma había saltado horas antes en la frontera, donde al fin conseguimos hacer noche en un hotel, tras peregrinar inútilmente por los de los contornos bajo un aguacero infernal. Al volver del autoservicio con unos zumos y unos bocadillos, tu madre me dijo que había manchado. La desolación se apoderó de mí. A más de mil kilómetros de casa, a punto de entrar en Francia, con un niño de cinco años y mi mujer embarazada, amenazando aborto. Fue muy duro, y tan lejos de casa.

Hicimos cuanto pudimos por salvar tu vida. Le pedimos a la Guardia Civil que nos dejara dar la vuelta por la mediana, en el mismo control, y acudimos al hospital de Asisa más cercano. Gerona me pareció una ciudad fantasma, pero nos atendieron con dulzura. Allí fue donde te conocí. Sin duda tenías menos de trece semanas, pero el milagro ya estaba en marcha. Llevaré toda mi vida (aquí y en el otro mundo) la imagen de tu corazón latiendo. Era como un leve martilleo insistente, impaciente, tenaz; como unas palmaditas, como el tic-tac de un reloj que me dio la vida. Fue, junto con la primera imagen de tus hermanos, el momento más feliz de mi vida. Pero fue fugaz.

Salimos de allí con un inenarrable sentimiento de gratitud. Primero al Cielo, que nos daba un hijo (o hija, nunca lo sabré). Y después a aquellos profesionales que nos habían permitido conocerte a través de la técnica. Volvimos, sin prisas pero sin pausas, a Castilleja, con aquella imagen ecográfica en tiempo real palpitando dentro de nosotros. Nuestra obsesión era el reposo. Francia podía esperar, y San Pedro de Rodas, que no habíamos podido ver aquella tarde por mor del horario, también. Lo más importante es que tú vivías y venías a nuestros brazos.

Pero los renglones torcidos se interpusieron. No se me borra aquella expresión de tu madre al volver del ginecólogo. Te fuiste con mucho menos de trece semanas, y la herida no se cierra nunca. Cada vez que pido por las almas de mis familiares y amigos difuntos, ahí estás tú, con tu corazoncito pujando por vivir, aplaudiendo el don de existir. Ahora dicen que no eras un ser humano. Puede que engañen a mucha gente; a mí es imposible que me arrastren, porque yo te vi jugar con tu sangre sobre la superficie del ecógrafo. Doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de conocerte, hijo mío. Y aunque el tiempo pasa con el implacable tic-tac del reloj, tú sabes que no te olvido, que para mí el único reloj que existe es el que vi aquel día en el hospital gerundense de San Juan de Dios, y que espero encontrarme contigo cuando el Creador lo disponga.

Ángel Pérez Guerra
ABC de Sevilla, 27-05-2009