El domingo pasado comenzaron a celebrarse este año en nuestra Parroquia de San Eutropio las primeras Comuniones. A este respecto, referimos una historia, en la que los nombres son ficticios, de un "sí" un tanto misterioso, de una caricia de Dios.
María estaba a punto de recibir su primera Comunión, pero se sentía triste: su bisabuela, Ana, estaba enferma y no podía ir a la Iglesia. El párroco le preguntó a la madre de María si podía ir a su casa para visitar a la bisabuela y llevarle la Comunión. "¡Uy, no te molestes! La bisabuela odia todo lo que tenga que ver con la iglesia y cuando María empezó la catequesis de comunión hace unos años ella no quería que la niña la hiciera. Además, desde hace una semana, ha perdido la cabeza". Ante esas palabras, el párroco no se acercó a la casa.
Dos semanas después de la primera Comunión de María, su madre llamó a la parroquia y habló con el sacerdote: "Desde hace una semana la bisabuela no para de decir que quiere ver a Don Enrique y cuando le preguntamos que si quería ver a Don Enrique el cura ella dijo que sí, que a Don Enrique el cura".
Cuando el párroco llegó a la casa, la bisabuela había recuperado la cabeza, se quedó a solas un rato con ella, confesó y comulgó. Poco después de marcharse el cura, la abuela volvió a desvariar y, poco días después, falleció y partió en busca del Señor.
La historia narrada es un paso más de lo que con frecuencia sucede entre padres y madres alejados de la iglesia cuando sus hijos van a recibir la primera Comunión. Algunos llevan años sin confesarse y con ocasión de la celebración del sacramento vuelven a la parroquia. No es extraño verles emocionados al volverse a reconciliar con Dios cuando se confiesan antes de la primera Comunión de sus hijos, al abrir sus almas y ventilar aquello que llevaba tanto tiempo cerrado.
Emoción de alegría al recibir el abrazo de Dios nuestro Padre que siempre ha estado esperándoles. Alegría al descubrir que realmente son queridos por Dios.
María estaba a punto de recibir su primera Comunión, pero se sentía triste: su bisabuela, Ana, estaba enferma y no podía ir a la Iglesia. El párroco le preguntó a la madre de María si podía ir a su casa para visitar a la bisabuela y llevarle la Comunión. "¡Uy, no te molestes! La bisabuela odia todo lo que tenga que ver con la iglesia y cuando María empezó la catequesis de comunión hace unos años ella no quería que la niña la hiciera. Además, desde hace una semana, ha perdido la cabeza". Ante esas palabras, el párroco no se acercó a la casa.
Dos semanas después de la primera Comunión de María, su madre llamó a la parroquia y habló con el sacerdote: "Desde hace una semana la bisabuela no para de decir que quiere ver a Don Enrique y cuando le preguntamos que si quería ver a Don Enrique el cura ella dijo que sí, que a Don Enrique el cura".
Cuando el párroco llegó a la casa, la bisabuela había recuperado la cabeza, se quedó a solas un rato con ella, confesó y comulgó. Poco después de marcharse el cura, la abuela volvió a desvariar y, poco días después, falleció y partió en busca del Señor.
La historia narrada es un paso más de lo que con frecuencia sucede entre padres y madres alejados de la iglesia cuando sus hijos van a recibir la primera Comunión. Algunos llevan años sin confesarse y con ocasión de la celebración del sacramento vuelven a la parroquia. No es extraño verles emocionados al volverse a reconciliar con Dios cuando se confiesan antes de la primera Comunión de sus hijos, al abrir sus almas y ventilar aquello que llevaba tanto tiempo cerrado.
Emoción de alegría al recibir el abrazo de Dios nuestro Padre que siempre ha estado esperándoles. Alegría al descubrir que realmente son queridos por Dios.