lunes, 8 de junio de 2009

La Eucaristía: pan y vino

La Eucaristía huele a hogaza, a pan de espigas, a piedra de fuego donde se cuece la torta de pan ácimo para partirla y repartirla. Pero antes fue flor de harina, cernida y amasada con manos encallecidas por amor. Antes fue grano molido, traído como ofrenda agradecida por la cosecha que ha llegado a su madurez en los trigales. Antes fue mies, que debió superar las heladas y la sequía, el viento solano y la alimaña. Antes fue semilla escogida y sembrada, echada al vuelo por mano generosa, labradora, en gesto de esperanza. Y antes debió abrirse la tierra para que al caer el grano pudiera germinar.

La Eucaristía es doble sacramento: del don de sí mismo que hizo Jesús a la hora de la cena, y de la entrega del cabeza de familia, sentado con un pan en las manos entre sus hijos, a los que regala, en el gesto de partir el pan, la mejor expresión de amor, la vida gastada y desgastada por los suyos, hasta llegar a ser alimento gratuito.

El pan partido, el pan troceado, el pan roto, es símbolo de quien entrega, dona la existencia, pero en el misterio eucarístico el drama del rompimiento dramático se supera por la fuerza de Dios, al recibir no sólo la prenda del sacrificio redentor, sino también el gozo de formar parte de la familia de Dios.

Jesucristo tomó también la copa colmada de vino, fruto del esmero del labrador que cuida la parcela más querida de su heredad: la viña, que ha tenido que podar, sarmentar, binar y proteger de las plagas y que, después del duro trabajo de la vendimia, después de pisar y prensar la uva, después de fermentar el mosto en la bodega, permite brindar el amor, la amistad, la alegría entre los propios, en gesto de generosa hospitalidad y expresión festiva.

Pan y vino de eucaristía, muerte y vida, ofrenda de la vida entera, transformada entera por amor en banquete de bodas, en alianza perpetua. Quienes comen de este pan y beben de esta copa se convierten en aquello mismo que comen y beben, en el Cuerpo del Señor, en testigos de su resurrección, como los discípulos que atestiguaron que Cristo había resucitado, porque lo reconocieron al partir el pan, y porque habían comido y bebido con Él, después de su resurrección.

Quien ama convierte su propio sacrificio en motivo de fiesta en vez de pasar factura por el esfuerzo. Jesús ha convertido la ofrenda de su persona a Dios en motivo de celebración. Quienes aman saben agradecer el obsequio gratuito.